Mons. Daniel Fernández Torres, descabezado obispo de Arecibo, Puerto Rico, o sea, emérito forzado, ha escrito una “Reflexión Cuaresmal” justo al cumplirse dos años de su vergonzosa echada, en la cual se refiere a la Declaración Fiducia supplicans. La refelexión ha sido publicada en el perfil de Facebook Amigos de Monseñor Daniel.
Follow @SECRETUMMEUM9 de marzo de 2024
Reflexión Cuaresmal
Al cumplirse dos años de mi remoción como obispo de Arecibo, permaneciendo en mi perplejidad ante tal acción, deseo expresar de corazón a todos mis condiocesanos que les extraño. ¡Cómo no sentir nostalgia por mi amada diócesis de Arecibo! “Las grandes aguas no pueden apagar el amor, ni anegarlo los ríos” (Ct 8, 7).
Entre el obispo y su diócesis se establece una relación única, como esponsal. Por derecho divino el obispo es el pastor propio de esa iglesia particular que le ha sido confiada. No puede entenderse el pastor sin su rebaño. Por eso, si contra todo derecho, éste le es arrebatado, permanecerá el pastor en la angustia de amor que describe el Libro del Cantar de los Cantares: “Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros” (Ct 1, 7).
Precisamente desde la consideración del amor de Aquel que “nos amó hasta el extremo” sería conveniente releer en esta Cuaresma los relatos de la Pasión y fijarnos con atención en el modo de obrar del Señor. Mucho tenemos que aprender de Él para saber cómo reaccionar en los momentos difíciles, cuándo hablar y qué decir. Procuremos pedir cada día a Dios en la oración lo que el Papa Francisco dijo en una homilía en el 2018 comentando el evangelio de Lc 4, 16-30: “la gracia de discernir cuándo debemos hablar y cuándo debemos callar”. Y en esa misma homilía refiriéndose a cómo Jesús callaba durante su Pasión el Viernes Santo decía el Papa: “El silencio que vence, pero a través de la Cruz. El silencio de Jesús. (...) Decir lo que haya que decir y después callar. Porque la verdad es mansa, la verdad es silenciosa, la verdad no es ruidosa”.
Desde ese discernimiento, y asistidos por esa gracia divina, miramos la situación actual de nuestra Iglesia y, sin miedo a equivocarnos, podemos afirmar que atraviesa momentos muy difíciles. Un ejemplo doloroso de ello ha sido la Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la fe sobre el sentido pastoral de las bendiciones, donde se aborda el tema de las bendiciones de “parejas” en situaciones irregulares y de “parejas” del mismo sexo. ¿Cómo reaccionar ante eso? ¿Cómo considerarlo a la luz del comportamiento del Señor durante su Pasión? ¿Qué decir y qué hacer?
Con profunda tristeza e inmenso dolor conozco del escándalo y gran sufrimiento por los cuales atraviesan muchos hermanos. La Declaración Fiducia supplicans, incluida la Nota para ayudar a clarificar su recepción, abona a la situación de duda, ambigüedad y confusión en la Iglesia. Es contradictoria, no solo con la perenne práctica pastoral de la Iglesia sino que lo es también al pretender sostener que se puede bendecir a estas “parejas” sin bendecir al mismo tiempo aquello que precisamente las constituye en “pareja”, que es su unión o relación. Hace dos años la entonces Congregación para la Doctrina de la Fe explicó claramente que no se puede bendecir el pecado. En la Cuaresma recordamos que Jesús entregó su vida en la Cruz para vencer el pecado, no para bendecirlo, para salvar con su misericordia al pecador y procurar su conversión.
Aunque se trate de interpretar de modo distinto haciendo malabares argumentativos, la reciente Declaración no se refiere a personas individuales sino a “parejas” en situación de pecado. De esa manera, pretende permitir una acción “pastoral” que contradice la doctrina católica.
Ante eso, los obispos somos los primeros que tenemos que examinar nuestra conciencia. La Iglesia es “apostólica”, así que todos los sucesores de los apóstoles, en comunión con el Papa, como cabeza visible, venimos obligados a la solicitud por la Iglesia universal promoviendo y defendiendo la unidad de la fe y la disciplina común. (cf. LG 22-23) y un día tendremos que dar cuentas a Dios. Nos sirve de ejemplo el apóstol Pablo cuando fraternalmente corrige al apóstol Pedro (Ga 2, 11-14). Por tal razón, obispos, cardenales ex prefectos de Congregaciones y conferencias episcopales de diversas partes del mundo, han expresado legítimamente su preocupación con esta Declaración y, en espíritu de corrección fraterna, la han criticado o solicitado que se revoque, o han decretado que no se implemente en sus respectivas jurisdicciones eclesiásticas. Es lo que nos corresponde hacer a los que pertenecemos al Colegio Episcopal. Nos toca a todos velar por la unidad de la Iglesia, cuya moral es universal y no puede depender del lugar donde se viva. Si no lo hacemos, “las piedras gritarán” (Lc 19, 49) y podríamos llegar a ser merecedores de las duras palabras dirigidas por Dios a los sacerdotes en el libro de Malaquías: “les enviaré la maldición y maldeciré también sus bendiciones. ...ustedes se han desviado del camino, dice el Señor de los ejércitos, y han hecho que muchos tropiecen con su doctrina” (cf. Ml 2, 1-9).
Además, debemos recordar la importancia de expresar la comunión con el ministerio petrino orando por el Santo Padre para que hable y actúe siempre movido por el Espíritu Santo. Conocemos lo ocurrido con el apóstol Pedro, que recibe el elogio de parte de Jesús porque había hablado por inspiración divina (Mt 16, 17), pero luego es reprendido por el Señor porque en ese momento hablaba como los hombres (Mt 16, 23). Nos consuela saber que Jesús mismo le aseguró su ayuda cuando le dice: “¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder sacudirlos como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 31-32).
Por eso, deseo terminar esta reflexión cuaresmal exhortando de todo corazón: actuemos movidos por el amor a la Iglesia y por el amor al Papa poniendo en práctica la caritas in veritate. Ofrezcamos nuestras oraciones y ayunos por el Sucesor de Pedro para que, por la intercesión de la Virgen María, siendo dócil al Espíritu Santo, cumpla siempre con su misión de confirmarnos en la fe, sobre todo en estos tiempos de oscuridad.
+Daniel Fernández Torres
“No hay temor en el amor"