No solamente hace un perfil, hace un prominente llamado al informe en primera página de su edición impresa de Jun-26-2024. En el artículo se cita en varias ocasiones palabras concedidas directamente al medio por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe; las que más nos llaman la atención, aunque no son las principales del artículo, son unas en las cuales reafirma una idea ya por él expresada con anterioridad, como es la posibilidad de cambiar el numeral 2357 del Catecismo de la Iglesia Católica que define claramente los actos homosexuales como “intrínsecamente desordenados”. Lo expresó, por ejemplo, durante la conferencia de prensa para la presentación de la Declaración Dignitas infinita.
Este es el artículo de The Washington Post en una traducción proporcionada por La Nación, a la cual le hacemos algunas adaptaciones.
Primero vino la confianza del Papa. Sus enemigos lo siguieron.
El cardenal ha canalizado la visión de Francisco en la política eclesiástica, provocando oposición conservadora
POR ANTHONY FAIOLA
Y STEFANO PITRELLI
CIUDAD DEL VATICANO.- Cuando el papa Francisco le preguntó si estaba dispuesto a ocupar uno de los cargos de mayor jerarquía del Vaticano y ponerse al frente de la oficina que dicta las políticas de la Iglesia Católica Romana, Víctor Manuel Fernández le dijo que no: al progresista arzobispo argentino le preocupaba que su designación empeorara aún más las cosas para un pontífice que ya enfrenta un disenso interno sin precedentes.
“Sabía que algunos grupos no me querían, y a juzgar por sus expresiones en las redes sociales y por lo que escribieron en mi propia página de Facebook, estaban dispuestos a cualquier cosa”, dice Fernández, en entrevista con The Washington Post. “Y yo no quería ser una causa más de problemas para Francisco”.
En junio del año pasado, cuando el Papa lo volvió a llamar desde la cama de hospital donde se recuperaba de una cirugía abdominal, Fernández accedió. Se mudó a Ciudad del Vaticano, fue creado cardenal y se convirtió en la mano derecha del pontífice, para ayudarlo a traducir los cambios de tono y estilo que Francisco llevó al papado en una nueva guía de lineamientos concretos para los 1400 millones de católicos del mundo.
“El nombramiento de Fernández fue uno de los más trascendentes del pontificado de Francisco”, dice Massimo Faggioli, teólogo católico de la Universidad Villanova. “A un año de su designación, hemos visto una seguidilla de acciones específicas y fuera de lo común que nunca habíamos visto, y de la mano de un prefecto que sabe perfectamente que es el alter ego de Francisco y que goza de su absoluta confianza”.
La mayoría de los católicos saben poco y nada del hombre detrás de los importantes pronunciamientos de la Iglesia en los últimos tiempos, como la bendición a las relaciones entre personas del mismo sexo. Pero los conservadores opositores a Francisco ven a Fernández como su “enemigo #2″, y a intramuros del Vaticano, las maquinaciones contra el cardenal de 61 años ya han alcanzado el nivel de intriga palaciega, incluidas fotos tomadas a escondidas en medio de la noche y amenazas privadas de “destruirlo”.
Una nueva era para una antigua oficina vaticana
La llegada de Fernández al Dicasterio de la Doctrina de la Fe marcó el fin de una era de liderazgo conservador en esa oficina del Vaticano, más conocida por sus tribunales de la Inquisición del siglo XVI. En décadas más recientes, esa oficina se ocupó —mal, según sus detractores— de los casos de abuso clerical, reforzó “inmoralidad” del sexo prematrimonial, el aborto y la eutanasia, y sancionó a obispos, sacerdotes y monjas por no seguir la línea del Vaticano.
A través de Fernández, el papa Francisco se propuso reinventar el cargo.
“En otras épocas, el dicasterio que vas a presidir llegó a utilizar métodos inmorales”, le escribió Francisco a Fernández en julio pasado. “Eran tiempos en los que más que promover el conocimiento teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”.
Al igual que Francisco, Fernández —conocido por todos por su apodo de “Tucho”— marcó el comienzo de un cambio de tono en el discurso vaticano. En las conferencias de prensa, con sus extensas digresiones y elaboradas anécdotas “por momentos uno tiene la sensación de estar adentro de un cuento de Borges”, evaluó un columnista del Catholic Herald. En una de esas sesiones, se le escapó un insulto leve. “Tucho, el prefecto de la Fe con una pecaminosa inclinación por las malas palabras”, disparó escandalizado un medio de comunicación italiano.
Fernández también es responsable de cambios de fondo. Con el consentimiento de Francisco, en diciembre redactó el importante documento que autorizaba a los sacerdotes católicos a bendecir las relaciones entre personas del mismo sexo, apenas dos años y medio después de que su predecesor, mucho más conservador, rechazara tajantemente esa idea. Fernández también emitió un decreto que autoriza explícitamente que las personas transgénero puedan ser bautizadas y ser padrinos o madrinas de bautismo.
El mes pasado, emitió un nuevo dictamen que le quitó a la Iglesia católica parte de su magia, eliminando el derecho de los obispos a declarar como eventos “sobrenaturales” los fenómenos inexplicables, como las supuestas apariciones de la Virgen María. Y la semana pasada su oficina tomó la medida más decisiva hasta el momento contra los críticos del Papa, iniciando un juicio canónico contra el arzobispo Carlo Maria Viganò, acusado de fomentar el cisma y negar la legitimidad del Papa.
Los principales críticos de la Iglesia insisten en que no es coincidencia que Francisco haya esperado para nombrar a Fernández hasta después de la muerte de Benedicto XVI, el tradicionalista Papa emérito.
“Creo que después de eso Francisco sintió mayor libertad para hacer realidad sus ideas”, dice el cardenal Gerhard Ludwig Müller, un aliado de Benedicto que dirigió el dicasterio de 2012 a 2017. “Así que le pidió al cardenal Fernández que estuviera a su lado para impulsar esa agenda de temas”.
No todo el trabajo de Fernández ha resultado “progresista”. En abril, por ejemplo, los activistas LGBTQ+ quedaron desconcertados cuando reveló un documento, también firmado por el Papa, donde decía que la “intervención de cambio de sexo” amenaza la “dignidad humana”. Fernández dice que una versión redactada antes de su llegada al cargo se centraba más en la identidad de género, y parte de su contribución había sido alinear el contenido con el mensaje ampliamente inclusivo del Papa hacia los inmigrantes, los pobres y otros grupos. El documento final, aclara Fernández, también denuncia explícitamente la persecución por motivos de orientación sexual.
La agenda inclusiva que impulsan Francisco y Fernández recibió un golpe cuando se filtró que en discusiones a puertas cerradas el Papa ha usado varias veces un término soez para defender la prohibición de que hombres abiertamente homosexuales estudien para el sacerdocio.
“Sin duda la relación que tenía con la comunidad LGBTQ+ quedo dañada”, dice Faggioli.
En los círculos clericales, Fernández argumentó que la palabra que usó el Papa —“mariconada”— no es “sinónimo de homosexualidad” sino que Francisco se refirió a “algunos grupos en seminarios y ambientes clericales que hacen lobby para ganar poder” y que “ven a todos los heterosexuales como enemigos potenciales”.
“Es cierto que sería recomendable buscar otra palabra para expresar esa realidad, porque puede parecer homofóbica”, dice Fernández. “Pero he escuchado a los propios homosexuales usar expresiones similares”.
Fernández también deja abierta la puerta a una reformulación de la doctrina oficial de la iglesia —el catecismo— que establece que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”.
“Siempre se puede mejorar, y también en el lenguaje que utilizamos, para que haya mayor claridad en el mensaje”, dice el cardenal.
Una amistad de larga data
La campaña contra Fernández y, por defecto, contra el Papa, también reflotó viejas acusaciones de que durante mucho tiempo el cardenal argentino fue el “escritor fantasma” de Francisco en importantes documentos papales. Desde su oficina justo al sur de la Columnata de la Plaza de San Pedro, Fernández se niega a discutir el tema, pero no hay duda de que su amistad con Francisco data de mucho tiempo atrás.
En 2007, Francisco —entonces cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires— invitó a Fernández a una importante conferencia episcopal latinoamericana y terminó encargándole la redacción del documento final de la reunión. Fernández recuerda que en el vuelo de regreso a Argentina se sentaron juntos y entablaron una profunda conversación.
“Todos sabemos que el Papa es un hombre muy austero en su vida personal”, señala Alberto Bochatey, obispo auxiliar de la antigua diócesis de Fernández en la ciudad de La Plata. “Cuando vivía en Buenos Aires, se cocinaba solo, lavaba los platos y en la heladera tenía su tupper con verduras. En ese sentido, Fernández es muy parecido, y es probable que hayan descubierto una afinidad tanto teológica como humana”.
En 2009, el futuro Papa le pidió a Fernández que fuera rector de la Pontificia Universidad Católica de Argentina. Fernández ya ha contado públicamente que sus detractores intentaron socavarlo, reflotando artículos de revista que había escrito años antes. En uno de ellos, trataba de explicar la postura de la iglesia contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, sin ninguna condena moral.
Después de que sus detractores argentinos enviaran esos artículos al Vaticano, dice Fernández, el dicasterio le abrió un expediente para investigarlo. Sentía estar “rodeado de lobos”, según recordó en abril ante los periodistas. Pero la figura de Francisco lo había inspirado a quedarse y luchar.
Su postura actual parece ser la misma.
El gran defensor del Papa
La elección de Fernández para el cargo ha sido criticado por los sobrevivientes de abuso clerical, quienes señalan casos en Argentina donde supuestamente buscó proteger a los sacerdotes acusados. Fernández ha admitido sus errores y en una publicación de Facebook el año pasado dijo que su renuencia inicial a aceptar el puesto en el Vaticano también respondía al hecho de “no sentirse calificado” para manejar los delicados casos de abuso clerical dentro del dicasterio. Sin embargo, el Papa estaba tan empeñado en designar a Fernández que resolvió ese escollo confiándole el trabajo del dicasterio en materia de abuso a investigadores independientes.
Pero por sobre todas las cosas Fernández se ha convertido en el gran defensor del pontífice, y a los detractores católicos del pontífice les recuerda insistentemente su deber de lealtad al Papa.
“Se debe mostrar sumisión religiosa de la mente y la voluntad”, dijo Fernández durante una conferencia de prensa en la que leyó en voz alta una artículo del derecho canónico.
“Ellos quieren decir que los homosexuales se van al infierno, que tienen que convertirse, y que de lo contrario no pueden pisar la iglesia, y mucho menos ser bendecidos”, dijo Fernández. “Lo que pretenden es eso”.
Follow @SECRETUMMEUMDavid Feliba en Buenos Aires contribuyó a este informe.