Nos queda la impresión de que Francisco se está despidiendo. No solamente por la aparición de libros que recapitulan aspectos de su vida, especialmente de su pontificado, obviamente con la colaboración de periodistas fieles a él; porque ya en la Basílica de Santa María la Mayor “Le Figaro Magazine ha podido verificar que una sepultura está en preparación”, escribió el corresponsal en el Vaticano Jean-Marie Guénois en el actual número de esa revista; porque después de once años decidió escribir él mismo las meditaciones para el Via Crucis en el Coliseo Romano del Viernes Santo 2024; porque se está empeñando en el último año en mantener la narrativa de la excelente relación suya con el difunto Papa Benedicto XVI; y por otros motivos un tanto más sutiles.
Dos de aquellos detalles no tan notorios que llaman la atención, relacionados con la mafia de San Galo (Sankt Gallen), el que recientemente reseñamos de la expulsión del estado clerical del abusador (constatado) belga Roger Vangheluwe, anterior obispo de Brujas y protegido del fallecido cardenal Godfried Danneels, amigo de Francisco, quien fue el que dio a conocer detalles de la existencia de dicha mafia, perteneciendo él mismo a ella. Y el otro detalle es el que se conoce hoy contado por el propio Francisco a uno de sus periodistas de confianza, Javier Martínez-Brocal, actual corresponsal en el Vaticano del periódico ABC, para un libro de próxima aparición titulado “El Sucesor”, del cual el propio periódico ABC hace un adelanto en su edición de hoy (en la imágen).
El adelanto es que Francisco recuenta, según su particularísima visión, detalles del cónclave de 2005 en el cual salió elegido Benedicto XVI, pero de forma tal que desconoce el vínculo o relación existente entre él y la mafia de San Galo, de hecho la cita que utiliza el periódico para titular el anticipo lo denota: «Intentaron usarme para que Ratzinger no fuera elegido Papa». ¿Te destetaste de San Galo, Francisco?
Follow @SECRETUMMEUM—¿Qué anécdotas conserva de aquel cónclave?
—Recuerdo que, cuando concluyó, fui a cenar con un sacerdote argentino a un restaurante que estaba cerca de donde me alojaba en Roma, en Via della Scrofa.
La dueña estaba embarazada, ahora el chico que nació tiene más de dieciocho años. Los llamo todos los años para el cumpleaños. Nos hicimos amigos en esa cena. Todos los años vienen a verme. Son curiosas esas amistades que quedan. Ahora tienen el restaurante en la plaza del Panteón.
—¿Cómo se conocieron?
—Mientras nos servían la cena, me pidieron que les contara el cónclave. Pero fue porque el cura argentino que me acompañaba les dijo: «Este casi sale elegido papa». Aunque eso es mentira.
—Pues yo también pensaba que usted estuvo a punto de resultar elegido en ese cónclave.
—En ese cónclave –el dato es conocido–, a mí me usaron. Antes de continuar, te digo una cosa. Los cardenales juran no revelar lo que sucede en el cónclave, pero los papas tienen licencia para contarlo.
—Entendido. Gracias por la aclaración.
—Sucedió que yo llegué a tener cuarenta de los ciento quince votos en la Capilla Sixtina. Eran suficientes para frenar la candidatura del cardenal Joseph Ratzinger, porque, si me hubieran seguido votando, él no habría podido alcanzar los dos tercios necesarios para ser elegido Papa.
—¿No habrían podido elegirlo a usted?
—Esa no era la idea de quienes estaban detrás de los votos. La maniobra consistía en poner mi nombre, bloquear la elección de Ratzinger y después negociar un tercer candidato diferente. Me contaron, más tarde, que no querían a un papa «extranjero».
—La maniobra era una carambola.
—Fue una maniobra en toda regla. La idea era bloquear la elección del cardenal Joseph Ratzinger. Me usaban a mí, pero detrás ya estaban pensando en proponer a otro cardenal. Todavía no estaban de acuerdo sobre quién, pero ya estaban a punto de lanzar un nombre.
—¿Cuándo sucedió?
—El cónclave empezó el lunes 18 de abril de 2005. La primera votación fue por la tarde. Aquella operación fue en la segunda o tercera votación, el martes 19 por la mañana. Cuando me di cuenta por la tarde, le dije a un cardenal latinoamericano, el colombiano Darío Castrillón: «No embromen con mi candidatura, porque ahora mismo voy a decir que no voy a aceptar, ¿eh? Dejame ahí». Y ahí ya salió elegido Benedicto.
—¿Qué le pareció que eligieran papa al cardenal Joseph Ratzinger?
—Era mi candidato.
—¿Por qué lo votó?
—Era el único que en ese momento podía ser papa. Después de la revolución de Juan Pablo II, que había sido un pontífice dinámico, muy activo, con iniciativa, que viajaba... hacía falta un papa que mantuviera un sano equilibrio, un papa de transición.
—Ahora recuerdo que, en su primera rueda de prensa, durante el vuelo papal de regreso de Río de Janeiro, usted dijo que se alegró mucho de que Joseph Ratzinger fuera elegido papa.
—Y es verdad. Si hubieran elegido a uno como yo, que hace mucho lío, no habría podido hacer nada. En aquel momento, no habría sido posible. Yo salí contento. El Papa Benedicto XVI fue un hombre que acompañó el nuevo estilo. Y no le fue fácil, ¿eh? Encontró mucha resistencia dentro del Vaticano.
—¿Qué estaba diciendo el Espíritu Santo a la Iglesia con ese nuevo papa?
—Con la elección de Joseph Ratzinger estaba diciendo: «Aquí mando yo. No hay espacio para maniobras».