Entrevista a los medios del Vaticano del Patriarca Latino de Jerusalén, cardenal Pierbattista Pizzaballa, Oct-15-2025.
Follow @SECRETUMMEUMPizzaballa: un lenguaje nuevo y nuevos testigos para una narrativa de paz
El cardenal patriarca latino de Jerusalén, invitado por los medios vaticanos, habla del momento histórico que vive Tierra Santa tras el acuerdo entre Israel y Hamás y afirma: “Tenemos un deber hacia nuestras comunidades: ayudarlas a mirar más allá, con una actitud positiva y serena, hacia un futuro diferente”.
Andrea Tornielli y Beatrice Guarrera
Las esperanzas de construir una paz duradera en Tierra Santa, las dificultades en Gaza y Cisjordania, el sentido de comunidad expresado en las manifestaciones que unieron a las personas en nombre de la dignidad humana. Estos son algunos de los temas abordados por el patriarca latino de Jerusalén, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, en una entrevista concedida la mañana de este miércoles 15 de octubre a Radio Vaticana.
El purpurado habló de una tregua frágil, pero también del deseo compartido por israelíes y palestinos de que esta no sea solo un “paréntesis”, sino el inicio de “una nueva forma de vivir que no sea la guerra ni la violencia”.
Usted está en Roma para recibir un premio, el Premio Achille Silvestrini, que hoy se entrega al padre Gabriel Romanelli, párroco de la Sagrada Familia de Gaza. ¿Cómo se encuentra la comunidad cristiana que ha decidido permanecer en medio de esa difícil situación?
Estamos en contacto diario con ellos. Siempre nos escriben diciendo que aún no pueden creer que hayan podido dormir una noche sin escuchar el sonido de las bombas. Siguen los drones, pero a eso ya están acostumbrados desde hace años. Por lo demás, la situación sigue siendo muy inestable.
Como es sabido, ha habido enfrentamientos entre distintas facciones, pero era algo previsible, porque la suspensión de la guerra —que aún no sabemos si ha terminado— y las fases posteriores están llenas de incertidumbre y ambigüedad. Todo está por construirse y organizarse, y era —y es— previsible que haya altibajos.
Aún queda mucho por hacer. La situación sigue siendo dramática: todo está destruido. La gente regresa, pero regresa entre los escombros. Los hospitales no funcionan, las escuelas no existen. Todavía está pendiente la recuperación de los cuerpos de los rehenes israelíes fallecidos, lo cual no es sencillo, porque en medio del caos se perdió su localización. La desconfianza entre las partes sigue siendo alta. Sin embargo, más allá de todo esto, se percibe un nuevo clima, aún frágil, pero esperamos que se estabilice.
En este contexto histórico, ¿cómo es posible construir esperanza y fraternidad?
Se necesita tiempo, ante todo. No debemos confundir la esperanza con la solución del conflicto, que aún no se ha alcanzado. El fin de la guerra no es el inicio de la paz, ni el fin del conflicto. Hay que tener eso muy presente. Sin embargo, claro está, es el primer paso.
La esperanza, como siempre digo, es hija de la fe. Si el alma confía, puede hacer realidad lo que cree. Por eso, primero hay que trabajar con las personas que todavía quieren implicarse y reconstruir una red, dentro y fuera de Gaza, porque no debemos separar ambos lados de la frontera. Hay que crear fraternidad.
Creo que se necesita un nuevo liderazgo político y religioso. Es muy importante, y ya hemos empezado a ponernos en contacto. Necesitamos nuevos rostros, nuevas figuras que ayuden a reconstruir una narrativa diferente, basada en el respeto mutuo.
Las heridas son profundas y tomará tiempo, pero no debemos rendirnos. Hay esperanza de construir una paz duradera, aunque por ahora estamos dando apenas los primeros pasos. Hay que creerlo, hay que quererlo. Los tiempos serán largos, no debemos hacernos ilusiones.
También hay que aprender de los fracasos de los acuerdos anteriores, que minaron gravemente la confianza entre las partes. Quizás la próxima generación goce de una libertad que la actual no tiene. Pero la tarea de esta generación es preparar la siguiente, creando poco a poco las condiciones —con nuevos líderes y un nuevo lenguaje— para una cultura de respeto que lleve finalmente a la paz.
¿Cuáles son las esperanzas concretas de la gente que ustedes encuentran cada día en Jerusalén u otros lugares?
Estamos en una etapa nueva, todavía frágil. Venimos de dos años terribles, y la esperanza es que este sea realmente el final de ese período, no una mera pausa. Ese es el deseo común de todos: israelíes y palestinos, de derechas o de izquierdas, todos quieren pasar página.
Por supuesto, hay opiniones políticas y religiosas distintas, diferentes perspectivas. Pero entre la gente común hay un gran anhelo de volver a vivir —no digo “con normalidad”, pero sí con una nueva mirada, que no sea la guerra ni la violencia—.
En estos días hemos escuchado testimonios dramáticos sobre las condiciones de los rehenes de Hamás que han sido liberados, y también sobre la degradación que sufren los prisioneros palestinos en cárceles israelíes. ¿Cómo se puede superar tanto dolor y evitar que el futuro se construya sobre el odio?
Ese es uno de los dramas de este tiempo. Usted lo ha llamado “dolor transversal”, pero en realidad no fue percibido así. Cada uno estaba encerrado en su propio dolor, solo veía el sufrimiento de su gente.
Como muchos han dicho, cada uno estaba tan lleno de su propio dolor que no tenía espacio interior para el del otro.
Ahora que esta situación ha terminado, quizás podamos poco a poco abrirnos a comprender el dolor ajeno. Comprender no significa justificar, y llevará tiempo, si es que se logra.
El odio sembrado —no solo en estos dos años, sino mucho antes— con una narrativa de desprecio, rechazo y exclusión, exige un nuevo lenguaje y nuevos testigos. No se puede separar el mensaje de quien lo transmite.
Por eso insisto: necesitamos nuevos rostros que nos ayuden a pensar de otro modo.
¿Cuál es la situación en Cisjordania, en las parroquias y pequeños pueblos como Taybeh, Zababdeh o Aboud? ¿Y qué papel tienen los católicos de lengua hebrea?
Son dos realidades muy distintas. En Cisjordania, la situación general —no solo la de las comunidades cristianas católicas— es muy frágil y empeora constantemente. Las comunidades de los pueblos están cada vez más aisladas entre sí; hay cientos de checkpoints que limitan los desplazamientos internos, haciendo mucho más difícil la situación.
Como he dicho en otras ocasiones, se ha convertido en una especie de “tierra sin ley”, porque abundan los ataques y tensiones con colonos, sin que haya una autoridad clara a la que recurrir. Esto genera una gran inseguridad dentro de nuestras parroquias y comunidades.
Además, la situación económica es precaria: las dos principales fuentes de ingreso —los peregrinos y los trabajadores pendulares en Israel— están suspendidas, y no sabemos cuándo se reanudarán.
La comunidad católica de lengua hebrea, aunque pequeña (unas pocas centenas de personas), ha acogido también a muchos hijos de migrantes y trabajadores extranjeros en Israel. Su papel es importante sobre todo dentro de la Iglesia más que fuera de ella, porque obliga a nuestra diócesis, que es muy compleja, a mirar más allá del conflicto palestino-israelí, reconociendo que también en la sociedad israelí hay dolor y visiones que deben ser escuchadas.
En las últimas semanas ha habido movilizaciones populares, también en Italia, donde millones salieron a las calles. Más allá de algunos grupos extremistas o consignas inaceptables, muchos jóvenes expresaron su deseo de superar la indiferencia…
Ciertamente ha habido excesos, incluso de violencia y de lenguaje contra el judaísmo. Eso es inaceptable. Ha habido declaraciones que, en cierto modo, podían justificar el antisemitismo, y eso lo rechazamos de manera total y absoluta.
Pero no se puede generalizar. Había muchísima gente —no solo jóvenes—, personas de distintas generaciones, orígenes y orientaciones políticas, unidas en decir no a las imágenes de violencia que habían visto.
Me parece que ese es un aspecto positivo, porque ha despertado una conciencia no solo personal sino también comunitaria. Allí se hacía comunidad.
Y eso es importante: reunirse en torno a algo bello, como la dignidad humana y el rechazo a la violencia, que son líneas rojas que nunca deben cruzarse, incluso en defensa propia.
Ojalá esa conciencia continúe. Es un mensaje que también deben escuchar los líderes religiosos y políticos: dentro de la sociedad hay una semilla de bien que debe ser cuidada y expresada más allá del contexto de guerra.
En cuanto a Tierra Santa, ¿esperan el regreso de los peregrinos?
Eso esperamos. Ya he hablado con el Custodio de Tierra Santa para coordinar comunicados conjuntos. Esperaremos unas dos o tres semanas para ver cómo evolucionan las cosas, y luego habrá que “martillar”, sobre todo a las Iglesias que nos han acompañado estos años, para decirles: es momento de expresar solidaridad no solo con la oración —que es fundamental— y la ayuda, sino también con el peregrinaje.
Este año se cumplen 30 años del asesinato de Rabin, un hombre de paz. ¿Qué importancia tiene que surjan nuevas liderazgos que apuesten por la paz? ¿Se perciben señales en ese sentido?
Creo que es un aspecto decisivo. Lo he dicho muchas veces y lo repito también aquí: necesitamos nuevos líderes que hablen un lenguaje diferente al que hemos escuchado en los últimos años, tanto políticos como religiosos.
Hace 30 años, Rabin decía una cosa y los líderes religiosos otra. Hoy es necesario cambiar. El diálogo interreligioso es clave y también necesita nuevos rostros, que no ignoren lo ocurrido.
Hay que mirar lo que ha pasado, lo que dijimos y lo que callamos, no para quedarnos ahí, sino para ir más allá, con conciencia. Tenemos que avanzar, sin ingenuidad, sabiendo que las dificultades son muchas. Pero tenemos un deber hacia nuestras comunidades: ayudarlas a mirar más allá, con serenidad y esperanza hacia un futuro diferente.
¿Qué opina del debate internacional sobre el reconocimiento del Estado palestino?
Los palestinos no solo necesitan que se detenga la guerra y la violencia o que se les ayude económicamente; necesitan ser reconocidos en su dignidad como pueblo.
No sé si la solución de “dos pueblos, dos Estados” sea viable a corto plazo, pero lo que no se puede decir a los palestinos es que no tienen derecho a ser reconocidos como pueblo en su propia tierra. Las declaraciones de principio deben encontrar una aplicación concreta dentro del diálogo entre las partes, con el apoyo de la comunidad internacional.
¿Cómo han sentido la cercanía del Papa en este tiempo?
Hemos sentido muy de cerca la presencia de Papa León, y antes también la de Papa Francisco. Tienen caracteres distintos, pero ambos han expresado su cercanía de forma muy concreta: con llamadas telefónicas, con contactos frecuentes con el párroco de Gaza, sin buscar protagonismo mediático.
Y eso está bien, porque lo importante es hacer el bien por el bien mismo, no por aparecer en los titulares.
Esa cercanía se ha manifestado también en gestos concretos de ayuda. El más reciente, hace un par de días: el deseo del Papa de enviar miles de antibióticos a la Franja de Gaza.