Thursday, November 20, 2025

Mariólogo Salvatore Perrella: “No Amo El Título Corredentora, Pero...”

Por delante va decir que la entrevista que leerán a continuación no fue realizada a un maximalista de la mariología, ni a un barrabrava de la Corredentora. Eso si acaso fuera necesario decirlo.

El mariólogo Salvatore Perrella ha concedido una entrevista a Radio Svizzera Internazionale, Nov-20-2025, sobre la reciente Nota doctrinal Mater populi fidelis, pero especialmente sobre algunos de los aspectos problemáticos de la misma aunque, si se fija Usted bien, no solamente la crítica se limíta a ella. Traducción de Secretum Meum Mihi (con adaptaciones).

Mater populi fidelis. Para muchos, un documento inoportuno, dañino e inútil...

«Sobre la inutilidad no estoy de acuerdo. Todo es siempre útil. Incluso un documento controvertido, porque suscita y anima el debate. En el caso específico, la Nota doctrinal abre debates en a nivel de la teología y de la mariología, sobre todo en función de las diversas dimensiones. En ella surge una dimensión que lee la mariología en un sentido puramente cristológico. Sin embargo, hay poco espacio, para nodecir que no lo hay, para la dimensión eclesiológica y antropológica. Y le falta también del todo la dimensión trinitaria y la simbólica. El documento, no obstante, debe entenderse desde una optica mucho más compleja».

¿Cuál?

«Detrás de esta nota, como el propio documento hace notar —y espero que los autores sean conscientes de ello— se debe leer el nº 20, cuando se habla de la postura del Papa Francisco sobre el título de Corredentora. La cuestión de los títulos marianos siempre ha estado al orden del día: resurge y luego se desvanece. ¿Qué se puede decir, entonces? Por cuanto respecta a los títulos relativos a la cooperación de María, han sido objeto de una renovada reflexión desde 1854 con la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Fue precisamente en el ámbito de la doctrina de la Inmaculada que se prefirieron las interpretaciones profundas del servicio o munus de María en la obra de salvación, utilizando numerosos términos. Algunos, en verdad, del todo inapropiados, como Redentora o Sustitutriz de lo que es propio de la Divinidad. Esto llevó a teólogos y papas, desde León XIII hasta Pío XII, a leer la Inmaculada en la obra de salvación como fruto y misión: fruto de misericordia, misión de María».

¿Qué, en su opinión, faltaba en tal lectura?

«Sobre todo, se olvidó la dimensión creatural de María. Hoy, afortunadamente, está presente, aunque quizá de manera un poco excesiva. En resumen, se necesita ese equilibrio actualmente ausente. Sobre a la Nota Doctrinal, soy del aprecer, leyéndola y releyéndola, que se adhiere formalmente, pero no siempre sapientemente, a la doctrina del Concilio Vaticano II, especialmente Lumen Gentium 60-62, posteriormente reinterpretada por Juan Pablo II en Redemptoris Mater, sobre todo en los números 40-42. Estos son los pilares hoy de la doctrina de la cooperatio Mariae. Personalmente, no amo el título de Corredentora, pero como teólogo no puedo dejar de tener en cuenta que también eso ha aparecido en el magisterio posconciliar».

De hecho, Juan Pablo II utilizó el título de Corredentora siete veces. Y, incluso después de la Feria IV del antiguo Santo Oficio del 21 de febrero de 1996, ya no lo utilizó —como señala la Nota—, también es cierto que posteriormente recurrió a términos equivalentes como, por ejemplo, Cooperadora del Redentor o Singular cooperadora de la Redención. ¿Qué puede decir al respecto?

«Todo cierto. Volviendo específicamente al documento Mater populis Fidelis, lo encuentro absolutamente muy ‘franciscano’, en el sentido de bergogliano. El número 21, que se complementa con el número 22, explica, a la luz de tres declaraciones del Papa Francisco, las razones por las que el término Corredentora es inapropiado e inconveniente. Personalmente, no habría jamás utilizado similares términos. Estoy por la opción inteligente de Lumen Gentium, que tiene en cuenta el léxico precedente: no lo estigmatiza, pero tampoco lo asocia. No solo ello. También tengo la impresión de que en la Nota es prevalente la preocupación ecuménica. Y esto es un descuido. Claramente debe estar presente, pero no debe ser prevalente. Debe darse prevalencia a la pastoralidad de la doctrina. Además, considero la Nota excesivamente amplia en comparación con el Magisterio Romano, que siempre se ha distinguido por la sobrietas y por la concisión».

Lo que resulta particularmente problemático es el siguiente pasaje del número 22: «Cuando una expresión requiere muchas y constantes explicaciones, para evitar que se desvíe de un significado correcto, no presta un servicio a la fe del Pueblo de Dios y se vuelve inconveniente». Pero desde esta perspectiva, los títulos Madre de Dios, Inmaculada, Madre de la Iglesia, por ejemplo, también parecerían inapropiados, ya que requieren amplias explicaciones. Una tarea que, por otra parte, cumplen la teología y la catequesis. ¿No le parece?

«Indudablemente. La verdad es que estamos inmersos en la historia, pero no somos conscientes. Esta disociación se ha visto desde el principio con el título de Theotokos. Esta disputa sobre los títulos contiene pretextos, pues solo tienen un fundamento: la Sagrada Escritura y lo que la Divina Providencia, como enseñaba el Padre Calabuig, quiso y designó ab aeterno para María. El documento, a pesar de amplio y extenso, no tiene memoria histórica. Y esto, por así decirlo, es una pobreza. El misma finalidad del documento, es decir, llamar la atención sobre María en la obra de la salvación —expresado, entre otras cosas, de forma muy radical— presenta criticismo. Deberíamos, de hecho, preguntar: ¿Cuál es hoy la urgencia de la fe de la Iglesia? Hoy ya no cree en la Trinidad; se alimentan dudas sobre la divinidad y la naturaleza mesiánica de Cristo. María es colateral a todo esto. María, para usar una expresión que Benedicto XVI apreciaba, «es segunda, pero no secundaria». Y la Nota, que yo definiría como “demasiado monofisita”, no ayuda lamentablemente a una lectura integral y global de la fe cristiana. Soy del parecer que el documento debería haberse repensado mejor y ser afinado, pero, sobre todo, debería haber surgido de un estudio hecho por personas competentes».

En la presentación a Mater Populi Fidelis, el cardenal Fernández afirmó que el tema de ciertos títulos marianos «ha preocupado a los últimos Pontífices». ¿Qué opina?

«No me parece que los pontífices hayan estado preocupados de una tal cuestión. Su preocupación era muy otra: la receptio inmediata de Lumen Gentium y del Concilio. Seguimos todavía inmersos en la recepción mítica del Vaticano II, cuyos documentos, lamentablemente, no se conocen en su totalidad».

El número 75 de la Nota trae a colación las nuevas Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales, de las cuales Usted es abiertamente crítico. ¿Cuáles son las razones?

«Perdóneseme el neologismo, pero el número en cuestión es otra perla “des-preciosa” de la Nota. Y lo es precisamente por su estrecha conexón con las nuevas Normas del Dicasterio de 2024. Siempre he tenido en alta estima las aprobadas por Pablo VI en 1978 y publicadas oficialmente en 2011. En particular, aprecié el prefacio del entonces Cardenal Prefecto William Levada. En esa época, tras ser consultado sobre el tema por la Congregación, esperaba fervientemente una revisión de las Normas de Pablo VI. Pero en la óptica de una profundización sapiencial, no de dilapidación del gran patrimonio icónico de lenguaje, de contenido, de perspectivas».

¿Podría explicarse mejor?

«Para comprender las nuevas Normas y lo que han producido en estos dos años de la prefectura del Cardenal Fernández, se necesita tener siempre presente el omnipresente icono del Papa Francisco y, en particular, su constitución de reforma la Curia Romana, Praedicate Evangelium. Dicha constitución, que provocó una profunda transformación en la práctica diplomática, política y operativa del Vaticano, también tuvo un influjo sobre la mariología y la marianidad de la Iglesia. Porque con la reforma de la Curia, la Secretaría de Estado perdió, bajo Francisco, su primacía y su papel de coordinación, mientras que el dicasterio principal pasó a ser el de la Evangelización. El primado de la evangelización, sin embargo, no puede prescindir de las palabras de Cristo, quien no abolió ni una jota de la Ley (cf. Mt 5,17-19). Este principio fundamental debería regir, y debe regir, las proposiciones magisteriales con mayor cautela, con mayor respeto por la historia y por el presente con prospectiva futura, y con una gran atención a las otras realidades. Esto también vale para la cuestión de los títulos marianos».

El documento reflexiona asimismo sobre la devoción popular. Sin embargo, esta siempre ha tenido su propio lenguaje, el del corazón, el del sentimiento. Prueba clara de ello es la gran variedad de títulos con los que los fieles se han dirigido a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, durante dos mil años. Consideremos, por ejemplo, una antífona litúrgica como la Salve Regina, en la que se la invoca como Spes nostra y Advocata nostra...

«Títulos estos propios del Espíritu Santo, pero que atribuimos correctamente a María en virtud del principio de analogía. Volviendo al tema de la devoción popular y su lenguaje, me viene a la mente una espléndida conferencia impartida por el entonces cardenal Ratzinger en el Marianum, sobre la doble caracterización de la mariología y la marianidad de la Iglesia: es decir, razón y sentimiento. De ahí la pregunta crucial: ¿Cómo combinar armonicamente las dos dichas exigencias? Este es el verdadero problema. Lamentablemente, en la Iglesia carecemos de personas preparadas que puedan ayudar a ello. Y así, María sigue siendo explotada como siempre, como —si me permite la metáfora— una operaria no remunerada. Si de verdad queremos conocer a María, debemos hacerlo a través de la Palabra de Dios y el sensus fidelium en el camino de la Iglesia».