Saturday, November 15, 2025

Mater Populi Fidelis: P. Roggio, Es Necesario Partir De La Palabra De Dios Para Definir A María

Recientemente tradujimos una entrevista con el P. Gian Matteo Roggio, de la Pontificia Academia Mariana Internacional, en reacción a la Nota doctrinal Mater Populi fidelis del DDF. Aquí otra entrevista sobre la misma materia concedida a Acistampa, Nov-12-2025. Traducción de Secretum Meum Mihi (con adaptaciones).

Padre Roggio, ¿podría explicar en pocas palabras lo que dice este documento al pueblo de Dios?

Primero que todo, este documento quiere atestiguar, como dice el Cardenal Prefecto en la presentación del documento, una cierta preocupación de los últimos papas. ¿Preocupación por qué? Preocupación por una experiencia mariana —y en la palabra experiencia mariana ponemos tanto la teología como toda la cuestión del culto, es decir, la veneración a la Virgen María— para que esté libre de algunos riesgos, exenta de algunos excesos. El documento nace de esta preocupación de los papas y, por lo tanto, quiere indicar cuál parece ser actualmente la dirección tomada, digamos, de manera indirecta por los mismos papas, a través del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, de modo tal que la experiencia mariana, la teología y la devoción mariana puedan avanzar por el camino correcto, que no tenga extremismos.

Leyendo el documento, se hace referencia varias veces a la Sagrada Escritura y a la enseñanza de la Iglesia. Entonces, la pregunta es esta: al final, el documento parece confirmar lo que la Iglesia ya había expresado de alguna manera. ¿Correcto?

Sí, tiene razón. En efecto, el documento no dice nada nuevo desde este punto de vista, pues simplemente se limita a decir que, teniendo presente la doctrina tradicional de la Iglesia (y, por lo tanto, la doctrina de siempre, es decir, la doctrina basada en la Palabra de Dios), si deseamos acoger a María en la vida de la Iglesia, la debemos acoger de tal manera que esta doctrina no sea alterada, o al menos debemos acogerla de tal manera que esta doctrina no sea puesta nunca en una situación de no claridad. Para ser preciso: no es solo de una cuestión de alteración, sino también de una cuestión de no claridad, el no entender.

Vayamos a la cuestión “candente”. O mejor dicho, “cuestiones candentes”. ¿Por qué no podemos decir que María es Corredentora? ¿Por qué no podemos decir que María es la “Mediadora de todas las gracias”?

No podemos decir “María Corredentora” porque ese término “Corredentora” parece poner a María al mismo nivel que Cristo, y esto es imposible; María no es una salvadora; María es una salvada como nosotros. Al mismo tiempo, decir “Mediadora de todas las gracias” significa decir que Dios estáarobligado a pasar a traves de María cada vez que se debe realizar la obra de salvación. Sabemos que Dios realiza la obra de salvación por las vías que él conoce; no tiene obligaciones para con nadie, no tiene obligaciones para con las criaturas; Dios no tiene obligaciones. Sin embargo, hablar de obligar a Dios a pasar por una criatura humana parece un poco extraño. Si quisiéramos hablar de “obligación” (un término que, para ser claros, no es el más apropiado, pero espero transmita la idea) de Dios hacia nosotros, esta obligación es la humanidad de Jesús. Dios jamás se distanciará de la humanidad de Jesús al dirigirse a nosotros: Dios se dirige a nosotros en su Hijo y en su Hijo encarnado. Esta obligación no puede extenderse a otra criatura, a otra realidad. María entra ciertamente en este misterio del Hijo y del Hijo encarnado, pero como “consecuencia”, no como “causa”. María se convierte en Madre del Hijo de Dios encarnado como consecuencia de la voluntad del Hijo, de su sí al Padre que lo quiere como salvador universal.

Sin embargo, durante el rezo de la oración mariana por excelencia, el Santo Rosario, en la Letanía de Loreto, le atribuimos a la Virgen María ciertos títulos bien precisos. ¿Tienen o no algún significado esos títulos?

Tomando el Rosario como ejemplo, es evidente que los títulos de “María Corredentora” y “Mediadora de todas las Gracias” no pueden incluirse en las letanías del Rosario. Este documento marca una especie de parteaguas: el parteaguas entre el pasado y, podríamos decir, el futuro. No debemos cancelar los títulos del pasado, cabe aclarar, pero la Nota pide que para el futuro tales títulos no sean utilizados hoy. Pide que se utilicen otras formulaciones hoy. Esto significa que no debemos cancelar el pasado, sino encontrar otras formulaciones ahora, y sobre todo, puesto que no podemos cancelar el pasado, debemos asegurarnos que el pasado se entienda bien. Y quizás sea precisamente por eso que se necesitan las nuevas formulaciones.

Visto que el documento ha generado cierta tensión dentro de la Iglesia, un poco de divisiones, o al menos de puntos de vista contrapuestos e incluso contradictorios, ¿cree usted que sería útil, en cierta medida, escuchar a “la base” (si se me permite el término) de la Iglesia?

“Escuchar a la base”, yo diría que no, porque para la teología y la doctrina es un concepto equivoco. En nuestro lenguaje cotidiano, escuchar a la base equivale a realizar encuestas para ver cuál es la postura de la mayoría. Esto no ocurre en la Iglesia: cuando la Iglesia reflexiona sobre su fe y las realidades de la fe, no se rige por el criterio de la mayoría tal como lo describen las ciencias sociales actuales. Por lo tanto, decir que el Papa podría escuchar a la base es equivoco.

Parece más correcto decir que el Papa desea escuchar la experiencia mariana de los fieles tal como los fieles la viven. Y esto el Pontífice lo escucha esto a través de lo que los fieles hacen. Los fieles hacen sentir su experiencia mariana acudiendo a la parroquia para participar en las celebraciones litúrgicas y los sacramentos, viviendo la fe cristiana de forma autentica, viviendo la fe cristiana sirviendo a los pobres, viviendo la fe cristiana como ejercicio de las obras de misericordia, tanto corporales como intelectuales. Los cristianos viven su experiencia mariana peregrinando a santuarios marianos. También la viven cuando, en oración a Dios, acuden a la Virgen María para que les apoye en lo que Dios desea concedernos y nos enseñe a pedirle a Dios según su proyectosalvación (“hágase tu voluntad”), apoyándonos con su ejemplo maternal de fiel discípula: de hecho, el documento habla de “colaboración”, de “colaboración participada”.

Pero ¿de dónde parte esta experiencia mariana?

Comienza, ante todo, con la Sagrada Escritura, es decir, parte de la Palabra de Dios. No parte de los títulos marianos que utilizamos, aunque sean los primeros que llegan a la mente, al corazón al entendimiento. Pero entonces, ¿qué hay detrás de esos títulos marianos? Detrás de esos títulos marianos, o se debería decir—cuando son títulos marianos bellos, plenos, correctos—, se encuentra la Palabra de Dios. Basta con pensar en el título “Madre de Dios”, Theotokos: tras este título yace todo el misterio de la Encarnación. Honestamente, en este momento, tal retorno a la Palabra de Dios como fuente de la experiencia mariana parece más que oportuno. Me parece que el tema real de hoy en la experiencia mariana no es el hecho de que ella colabore en la obra de la salvación, porque eso se da por sentado: es la Palabra de Dios la que lo atestigua. Lo que verdaderamente debería despertar la conciencia de los fieles es la forma en que María sirvió a la Persona y a la obra de su Hijo: su testimonio de creyente.

¿A cuáles aspectos se refiere?

¿Quién habla hoy, por ejemplo, de la virginidad de María? ¿Cuántos creen realmente que María concibió virginalmente? ¿Cuántos creyentes creen realmente que en los orígenes de Jesús haya una concepción virginal? ¿Cuántos creyentes piensan hoy que el hecho de que María permaneciera virgen toda su vida no significa absolutamente nada? Sin embargo, esta virginidad es signo de su fe y de su testimonio relativa al Hijo de Dios. El propósito de mi discurso es este: ¡debemos volver a una piedad mariana arraigada en la Palabra de Dios! Y en esa Palabra, redescubrir la singular profundidad humana y teologal de esta mujer que es modelo de la Iglesia, en quien la Iglesia lee su vocación de servir a la Encarnación que salva. Ningún cristiano excluye la cooperación de María, que es un dato de hecho. Preguntémonos ahora cómo ella sirvió y sigue sirviendo desde el Cielo al misterio de su Hijo: verdadero Dios y verdadero hombre.

Entonces, en cierto sentido, ¿sería conveniente contar también con un documento sucesivo a la Nota que respondiera a la pregunta: ¿quién es María? ¿Quizás uno que aborde los temas que mencionó?

No, no hay necesidad. El Concilio Vaticano II con el capítulo VIII de Lumen Gentium, san Pablo VI con las exhortaciones apostólicas Signum Magnum y Marialis Cultus, san Juan Pablo II con la encíclica Redemptoris Mater, el papa Benedicto XVI y el papa Francisco con sus homilías, catequesis, mensajes y discursos, nos han legado un patrimonio inestimable. Se trata más bien de una cuestión de tomar conciencia de todo esto, darlo a conocer, hacerlo accesible a todos los cristianos, no solo a algunos. Y de unir esta conciencia con la oración. En el caso de la virginidad como característica fundamental del testimonio de María sobre el misterio de su Hijo, siempre la recordamos en el Credo (“por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre”) y en el Ave María con el título de Madre de Dios (“Santa María, Madre de Dios”). El testimonio de María como Virgen Madre es impactante, porque esta mujer nos dice que lo imposible sucedió. Y que solo Dios podía obrar así. Un Dios que logra lo imposible no imponiendo, sino preguntando: ¿Colaborarás conmigo en esta obra? Y ella dijo que sí. Dijo “fiat”. Acogió a Jesús, el Salvador, en su seno. ¡El único Salvador! Y María está ahí para hacernos hablar no de ella, sino de él.