Anteriormente hicimos notar que desde el pasado Domingo estamos expuestos a una avalancha de análisis, opiniones, columnas, entrevistas, que giran en torno a cómo va a ser la convalecencia de Francisco y cómo va a funcionar ahora la Curia. Desde entonces esta será la primera vez que fijamos la atención particular sobre una de esas piezas, y lo hacemos por aquella notable circunstancia que se va prolongando con el paso de los días desde que Francisco regresó a la Casa Santa Marta, el silencio. ¿Y a qué nos referimos por silencio?, se entenderá cn la lectura del artículo.
Este es un artículo firmado por Francesco Antonio Grana, que es el vaticanista de Il Fatto Quotidiano, con fecha Mar-27-2025. Traducción de Secretum Meum Mihi (con adaptaciones).
Follow @SECRETUMMEUMPrimero cuervos, ahora búhos: quién tiene miedo del regreso del Papa Francisco al Vaticano
Francesco Antonio Grana
Un Halo de misterio envuelve la Casa Santa Marta desde cuando el Papa Francisco regresó allí el 23 de marzo después de treinta y ocho días de hospitalización en el Policlínico Gemelli por neumonía bilateral. El segundo piso, donde vive Bergoglio, está blindadísimo. Bocas cubiertas, mascarillas obligatorias y medidas de seguridad altísimas. La palabra clave, incluso para los sacerdotes alojados en la residencia pontificia, es “aislamiento”. Nadie debe subir al segundo piso, ni siquiera para dejar el correo. Las prescripciones médicas para la convalecencia papal deberán ser respetadas al máximo. Francisco es muy frágil, como se ha visto en su brevísima aparición en el balcón del quinto piso del Gemelli antes de regresar al Vaticano, y no puede en absoluto exponerse a ningún riesgo de ulterior contagio que minara definitivamente el físico.
Sin embargo, esta vez, al interior de los sagrados palacios, había quienes no apostaban por su regreso. Primero los cuervos y ahora, que el augusto inquilino ha regresado a Casa Santa Marta, los búhos. Existe un temor generalizado sobre su retorno al Vaticano y en particular sobre el modo en que podría reconfigurar el equilibrio de poder dentro de la Curia romana, dadas sus declaraciones a veces muy desacertadas y sus evidentes movimientos preconclave durante su largo periodo de hospitalización en el Gemelli. Como lo muestra el clima bastante caldeado dentro del Colegio Cardenalicio, ha habido las declaraciones de un fiel seguidor de Francisco, el cardenal Jean-Claude Hollerich, arzobispo de Luxemburgo, hermano jesuita de Bergoglio y relator general del reciente Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad: “¡Un delegado no es un vicepapa! Un delegado hace lo que el Papa le dice que haga. Si un delegado se presenta como vicepapa, sería nefasto para la Iglesia. Sea quien sea, de cualquier orientación”.
Un modo muy elocuente de jugar por adelantado, en la clara conciencia de que Francisco, en los al menos dos meses de convalecencia prescritos por los médicos, tendrá necesidad de delegar todos los compromisos de su agenda. La preocupación de Hollerich de que un delegado papal pueda aparecer como un “vicePapa” y así parecer el heredero natural de Bergoglio en un futuro cónclave, está evidentemente dirigida a la Secretaría de Estado. De hecho, durante la larga hospitalización papal, sólo el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, y el sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Edgar Peña Parra, fueron admitidos, en tres ocasiones, a la presencia del augusto paciente. Parolin, cuando llegue [el momento], tendrá que presidir el cónclave que elegirá al sucesor de Francisco y el suyo es un nombre muy fuerte al interior del estrecho círculo de los papables.
Es evidente que Hollerich, con la rebeldía bergogliana que le alude, no quiere que la suplencia papal que, inevitablemente, Parolin, con toda la Secretaría de Estado, ejercitará en las próximas semanas se lea como una estafeta. Así fue, en épocas y contextos diferentes, con Pío XI y su cardenal secretario de Estado, Eugenio Pacelli, quien, a la muerte de aquel, en 1939, se convirtió en su sucesor con el nombre de Pío XII. En los últimos días del reinado de Achille Ratti, cuando se le pidió una indicación sobre su sucesión, Pío XI respondió con seguridad: “El Papa ya está en el Vaticano”. Una referencia inequívoca al propio cardenal Pacelli. Y así fue.
Sin embargo, un cambio radical fue dado por el cardenal Gianfranco Ravasi, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra. Si, de hecho, en los primerísimos días de la hospitalización del Pontífice se apresuró a hablar de renuncia (“¿Si es verosímil que el Papa Francisco pueda dimitir? Yo pienso que puede hacerlo porque es una persona que, desde este punto de vista, es bastante decidida en sus elecciones”), ahora elogia la capacidad de comunicación de Bergoglio, incluso privado de la voz a causa de la enfermedad (“El Papa sabe comunicar incluso si no puede hablar”). La renuncia papal se ha convertido en un tema tabú desde el regreso del Papa al Vaticano.
También hay quienes temen que Francisco pueda modificar in extremis las reglas del cónclave para bloquear definitivamente el paso a candidatos tradicionalistas y, por tanto, ratzingerianos. Hipótesis que nunca ha tenido un mínimo fundamento de verdad y que ha suscitado incluso recientemente la irritación del cardenal Gianfranco Ghirlanda, patrono de la Soberana Orden Militar de Malta, jesuita y canonista de confianza de Francisco. De hecho, según reconstrucciones completamente infundadas, Bergoglio le habría encomendado la reforma del cónclave. Voces, difundidas astutamente en los palacios sagrados, para alimentar el pánico entre cardenales tradicionalistas como Robert Sarah, Gerhard Ludwig Müller y Raymond Leo Burke, por nombrar sólo tres electores en el cónclave. La elocuente demostración de que los cuervos de las semanas de la larga hospitalización del Papa en el Gemelli se han transmutado ahora en búhos y que las tensiones en el Vaticano están sólo en el inicio.