Los italianos para llamar a una persona que ha recibido un milagro concreto por intercesión de un venerable o beato que conlleve al siguiente paso a los altares, la llaman “miracolata(o)”, y dicha persona usualmente está presente en la ceremonia de canonización o beatificación. Bien, esta es la historia del “miracolato” del beato Pier Giorgio Frassati, cuya aprobación del milagro fue anunciada el pasado Nov-25-2024, pero ya días antes, durante la audiencia general de Nov-20-2024, el propio Francisco había anticipado que a Frassati lo iba a canonizar en Ago-03-2025, durante el jubileo de los jóvenes. El “miracolato” se llama Juan Gutiérrez, actualmente sacerdote de la arquidiócesis de Los Ángeles, EEUU, pero cuando recibió el milagro, en 2017, todavía era seminarista. La arquidiócesis de Los Ángeles organizó ayer una conferencia de prensa durante la cual el P. Gutiérrez contó su historia, la cual hoy es consignada en los diversos medios de comunicación locales, pero como la arquidiócesis tiene acceso privilegiado y además cuenta con sus propios medios de comunicación, es de allí de donde tomamos la información, dado que aparece en forma detallada.
Información de The Angelus, Dic-16-2024.
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Pablo Kay | Angelus News
Para quienes conocían la extraña historia del tobillo de Juan Gutiérrez, o incluso partes de ella, era difícil evitar mencionar la palabra “milagro”.
Las circunstancias: una lesión casual, ocurrida jugando al baloncesto, un consejo médico erróneo, unas inspiraciones inesperadas y recibidas durante la oración, una curación repentina y una sorprendente intervención del Vaticano.
Aunque la noticia de la inexplicable recuperación que experimentó Gutiérrez después de haberse desgarrado el tendón de Aquiles llegó a difundirse, esa difusión no se propagó realmente mucho, por lo menos, no más allá del lugar en el que empezó la historia, es decir, no más lejos del Seminario de San Juan, en Camarillo, California, en el que reciben formación Juan y otros futuros sacerdotes de la Arquidiócesis de Los Ángeles y de otras diócesis católicas del área oeste de Estados Unidos.
El acontecimiento fue lo suficientemente notable como para que se enterara de él una cantidad razonable de personas, en tanto que la actitud modesta y tímida de Gutiérrez parecía buscar desviar la atención de todo esto.
Pero esta extraña combinación de circunstancias acabaría resultando providencial, pues confundió a las autoridades médicas, cambió la vida de este seminarista anónimo y lo vinculó perpetuamente con otro joven, Pier Giorgio Frassati, quien falleció hace casi 100 años y será declarado santo de la Iglesia Católica en agosto, a causa del milagro sucedido al tobillo de Juan Gutiérrez.
Esta inusitada historia tuvo su inicio en Texcoco, una ciudad ubicada en las periferias de la Ciudad de México, en la cual nació Juan Manuel Gutiérrez en el año 1986. Sus padres se separaron cuando él tenía 2 años, pero a los 19, él emigró a los Estados Unidos, con el fin de reunirse con su padre, en Omaha.
Fue allí donde, después de haber sido invitado a un retiro de un fin de semana, vivió un retorno a esa fe católica de su juventud, de la cual se había alejado. Muy pronto, se sintió incapaz de pasar por alto la intuición de que estaba siendo llamado al sacerdocio, por lo que finalmente terminó solicitando su entrada en el seminario de Los Ángeles.
En 2013, dio comienzo a sus estudios universitarios en la Casa de Formación de la arquidiócesis, Juan Diego, situada en Gardena. Y cuando él y sus compañeros de clase se graduaron en 2017, pasaron al Seminario de San Juan para continuar ahí sus estudios.
Muy pronto, Gutiérrez se enteró de que todos los seminaristas de San Juan iban los lunes a jugar al baloncesto en un gimnasio cercano, situado en Camarillo. Aun si Gutiérrez no era exactamente un atleta, siempre había disfrutado de los deportes desde que era joven, muy especialmente del baloncesto y del fútbol, y la oportunidad que se le presentaba de practicar nuevamente estos deportes representó un atractivo especial para él en su vida del seminario.
El 25 de septiembre de 2017, cuando Gutiérrez entró a la cancha, recuerda que: “Realmente no calenté” ese día.
A los pocos minutos de juego, Gutiérrez tuvo la sensación como de que alguien le hubiera golpeado el tobillo derecho, a lo cual siguió un sonido: "¡Pop!".
“Cuando escuché el pop, miré a mi alrededor y vi que no había nadie allí”, recuerda Gutiérrez, “absolutamente nadie”.
Lo que sí notó fue que ya no podía caminar normalmente. Gutiérrez se dirigió a la banca y fue conducido en auto de regreso al seminario de San Juan.
Gutiérrez recuerda haber pensado que la lesión “no era tan grave”, pero el dolor que empezó a sentir no lo dejó dormir mucho esa noche. Durante algunos días, se estuvo esforzando por asistir a clases y por cumplir con el horario de oración del seminario. Pero cuando hubo otro seminarista que decidió acudir al hospital para que lo examinaran de una lesión, Gutiérrez se dio cuenta de que más valía que él lo acompañara también.
En el hospital, la radiografía no reveló que hubiera ningún hueso roto. Un médico le recetó analgésicos y le dijo a Gutiérrez que lo más probable era que se tratara de una lesión muscular.
De regreso en el seminario, uno de los compañeros de clase de Gutiérrez se dio cuenta de que él estaba cojeando: René Haarpaintner era un viudo, de unos 50 años de edad, que había dejado su práctica médica para ingresar en el seminario. Tenía todavía sus licencias para ejercer como quiropráctico y le sugirió a Gutiérrez que caminara con muletas para permitir que sanara su músculo lesionado.
“Se veía muy mal”, recuerda Haarpaintner, que fue ordenado sacerdote en 2023, un año después de Gutiérrez. “Su pierna estaba hinchada por todas partes y realmente no se le podía palpar (tocar) mucho porque la hinchazón era tan grande que su piel estaba toda azul”.
Cuando el dolor de Gutiérrez empeoró durante las siguientes semanas, Haarpaintner le enseñó algunos ejercicios de estiramiento para que probara de hacerlos.
Gutiérrez los realizó, obedientemente, aun si los estiramientos resultaron ser mucho muy dolorosos para él.
A medida que el dolor de Gutiérrez fue empeorando, Haarpaintner supuso que había sufrido un daño en los ligamentos. Pero para confirmarlo se requeriría de una resonancia magnética, y la primera cita disponible para esto era hasta el 31 de octubre, lo cual en esas fechas implicaba una espera de casi tres semanas.
Entre tanto, Haarpaintner le sugirió a Gutiérrez que no apoyara el pie en lo absoluto. Así que pasó el mes utilizando un inmovilizador neumático que le prestaron y una férula improvisada. La mañana de Halloween, manejó al laboratorio de radiología para hacerse la resonancia magnética.
Horas después, cuando Gutiérrez estaba abriendo la puerta del seminario, sonó su teléfono. Era el médico.
Cuando vio el identificador de llamadas, dice Gutiérrez, “supe que algo andaba muy mal”. “Ni siquiera lo saludé. Solamente levanté el teléfono y le dije: ‘Es malo, ¿verdad?’”.
Y estaba en lo cierto: “Tienes desgarrado el tendón de Aquiles”.
El médico le dijo a Gutiérrez que hiciera una cita con un cirujano ortopédico pues la cirugía sería su mejor opción.
Una sensación de pavor se apoderó del seminarista. La cirugía implicaría un tiempo largo y doloroso de recuperación. Y no había duda de que su rendimiento escolar se vería afectado; además ¿cómo pagaría la cirugía? Todavía no había hablado sobre su lesión ni con su familia de Nebraska ni con la de México.
Gutiérrez pasó esa noche en su habitación, buscando en Google: “lesiones del tendón de Aquiles”. Las imágenes de sangre y las historias de infecciones asociadas a la cirugía de ese tendón sólo aumentaron más su angustia.
El día siguiente, 1 de noviembre, fue el día en que la Iglesia Católica celebra a “Todos los Santos”, rememorando a todos los hombres y mujeres santos que están en el cielo. Después de asistir a la misa en la capilla del seminario, Gutiérrez se quedó ahí un rato; se sentía afligido por aquella últimas noticias.
“Estuve allí, orando, y de repente llegué como a una conclusión: “Creo que necesito ayuda de arriba”, recuerda él. “Estaba yo teniendo esta conversación conmigo mismo, en mi mente”.
En un momento dado, se le ocurrió una idea: “Bueno, y ¿por qué no haces una novena?”.
No se trataba de una idea inusitada pues en su infancia, Gutiérrez había rezado en muchas ocasiones ese tipo devociones de nueve días, dirigidas a distintos santos. Las novenas no son “mágicas”, como él se había llegado a dar cuenta, sino “una travesía de fe y de oración”.
Para Gutiérrez, la pregunta era: ¿a quién le rezo? Entonces la conversación, sí que tomó un giro extraño.
“Hubo un ligero susurro en mi cabeza que me decía: ‘¿Por qué no se la rezas al beato Pier Giorgio Frassati?’. Recuerdo que pensé: ‘Ah, sí, es una buena idea’”.
Era un pensamiento peculiar, ya que Gutiérrez no le tenía propiamente ninguna devoción personal a Frassati. Lo había conocido del mismo modo que a tantos otros santos anteriormente, es decir, a través de videos de YouTube.
Frassati había nacido en Turín, Italia, en 1901, y había sido hijo de Alfredo Frassati —un periodista (que más tarde sería político y diplomático) que fundó el importante periódico italiano La Stampa— y de Adelaide Ametis, una reconocida pintora.
Su padre era agnóstico, pero, desde muy joven, Frassati desarrolló una profunda devoción a la Eucaristía, empezó a asistir a misa diariamente y a pasar largas horas de oración, ante la presencia del Santísimo Sacramento. Con el tiempo, invertiría gran parte de su fortuna en ayudar a los pobres de la localidad.
Murió en 1925, pocos días después de contraer la polio, probablemente a causa de las visitas que les hacía a los enfermos de una zona marginal de Turín. Contaba con tan sólo 24 años de edad.
Cientos de pobres de la ciudad fueron siguiendo su ataúd durante su cortejo fúnebre y, al cabo de unos cuantos años, empezó a fomentarse la iniciativa de que lo declararan santo. Frassati llegó a quedar asociado a la frase “verso l’alto” (que significa, en italiano, “hacia las alturas”), que él escribió en una fotografía tomada durante su última escalada.
El Papa Juan Pablo II se contaba entre sus admiradores.
Juan Pablo, apasionado de esquí, de excursiones y amante de la naturaleza, encontró un espíritu afín en Frassati, ese joven idealista y lleno de energía. El Papa lo presentó como un modelo, para demostrar que los jóvenes católicos pueden seguir a Jesús en un mundo complicado y cambiante.
“Él era un joven moderno”, dijo el Papa ante una reunión de jóvenes, realizada en 1983, “abierto a los problemas de la cultura, al deporte, a las cuestiones sociales, a los verdaderos valores de la vida, y era, al mismo tiempo, un hombre profundamente creyente, que se nutría del mensaje evangélico, que estaba profundamente interesado en servir a sus hermanos y hermanas, y se encontraba consumido por un ardor de caridad que lo acercaba a los pobres y a los enfermos. Él hacía vida las bienaventuranzas del Evangelio”.
Cuando los restos de Frassati fueron trasladados a la Catedral de Turín en 1981, su cuerpo fue encontrado incorrupto, es decir, sin mostrar ninguno de los signos ordinarios de descomposición que ocurren después de la muerte.
En 1987, Juan Pablo II lo declaró “Beato”, beatificándolo después de que el Vaticano reconociera la intercesión de Frassati en la curación milagrosa de la tuberculosis que había padecido un hombre que oró, pidiéndole su ayuda.
Y fue así como, aquel decisivo día de Todos los Santos de 2017, Gutiérrez regresó a la capilla para dar comienzo a la novena dedicada al Beato Frassati, rezándola durante el tiempo destinado para que los seminaristas oraran ante el Santísimo Sacramento.
En ningún momento de la novena pidió ser curado, enfatiza él.
“Mi oración fue: ‘Señor, por intercesión del Beato Pier Georgio Frassati, te pido tu ayuda para mi lesión”.
Gutiérrez dice que terminaba su oración de ese modo, antes de rezar el rosario habitual que acompaña a la novena.
Pero fue justo en ese momento, en que aquel primer día, él tuvo lo que llama otra “inspiración”: la de completar esa oración con una declaración: “… y prometo que, si sucede algo inusual, se lo notificaré a la persona indicada para recibir esta información”.
“Esa parte me sorprendió”, recuerda Gutiérrez. “Pensé, ¿de dónde salió eso?”.
Y el cumplimiento de esa idea se revelaría valioso posteriormente, ya que estaban por suceder cosas inusitadas.
Unos cuantos días más tarde, Gutiérrez entró en la capilla para rezar su novena. No fue durante la Hora Santa habitual de las 5 p.m., recuerda él, porque no había nadie más allí en aquella ocasión.
Recuerda haber sentido “una sensación de calidez en torno al área de mi lesión” al arrodillarse a rezar.
“Era una sensación delicada”, dice Gutiérrez. “Pero el calor se iba incrementando, y en un momento dado pensé que un enchufe de la electricidad se estaba incendiando. Y me puse a buscar el fuego. Pero no había fuego allí. Así que sólo recuerdo haber mirado mi tobillo, pensando: ‘Es muy raro’ porque podía sentir ese calor”.
Por sus experiencias pasadas, en el movimiento de la Renovación Carismática, Gutiérrez sabía que el calor se asocia a veces con la sanación de Dios. Gutiérrez dirigió su mirada hacia el sagrario que contenía el Santísimo Sacramento y empezó a llorar.
“En mi corazón, le dije al Señor: ‘No puede ser. No porque no tengas el poder para sanarme, sino porque sé que yo no tengo la fe suficiente como para algo así’. Y eso me conmovió”.
Después de que sus lágrimas cesaron y después de haber terminado sus oraciones, Gutiérrez salió de la capilla. No recuerda exactamente el día en que tuvo lugar la misteriosa experiencia, sólo que faltaban unos cuantos días para el 9 de noviembre, fecha en que estaba previsto que concluyera su novena.
Sí recuerda que fue después de ese día, que dejó de utilizar la férula que usaba para mantener inmovilizado su pie derecho: “Sencillamente ya no la necesitaba”.
Gutiérrez tenía programada una cita con un cirujano ortopédico para el día 15 de noviembre. Y hubo un momento en el que él se dio cuenta de que ya ni siquiera se acordaba de pensar en su lesión.
Y aquel día 15 de noviembre, en su consultorio del centro de Los Ángeles, el cirujano ortopédico le preguntó a su nuevo paciente a qué se dedicaba.
“Soy seminarista, lo cual significa que estoy estudiando para ser sacerdote”, explicó Gutiérrez.
Para confirmar el diagnóstico del desgarre del tendón de Aquiles que indicaban las imágenes de la resonancia magnética, el cirujano realizó algo llamado la prueba de Thompson, que consiste en apretar la pantorrilla del paciente, estando éste boca abajo en la cama de hospital. Si el pie se llega a mover con la presión, eso significa que el tendón está conectado, de no suceder así, se confirmaría el desgarre.
“Hmm”, escuchó Gutiérrez que murmuraba el cirujano luego de apretar. Después, el cirujano presionó con el pulgar el lugar en el que la resonancia magnética mostraba el desgarre.
“¿Te duele?”, le preguntó.
Gutiérrez sintió una ligera sensación de malestar muscular, pero no de dolor. El médico le preguntó si podía presionar más fuerte, y luego, nuevamente con mayor fuerza. Pero a pesar de todo, Gutiérrez no experimentó dolor.
Al volver a sentarse, Gutiérrez notó una mirada de desconcierto en el rostro del cirujano. Al presionar directamente sobre el área del desgarre, éste esperaba palpar la separación del tendón con el pulgar, algo que Gutiérrez había percibido en las dos veces que se había atrevido a examinar su tobillo.
“No hay ninguna separación”, dijo el cirujano. “Ha de tener a alguien allá arriba, que lo cuida”.
Gutiérrez sintió entonces que le corría un escalofrío por la espalda. Se acordó de la novena. Y entonces empezó a acribillar al médico a preguntas.
¿Podría haberse cerrado ese espacio por sí solo? No, respondió el médico, de hecho, esos espacios tienden a abrirse todavía más con el tiempo. ¿Y si la resonancia magnética hubiera salido mal? De ninguna manera, “ésa es la tecnología más avanzada que tenemos para casos como éste”.
Y, señalando la pantalla, el cirujano le dijo al seminarista: “El 31 de octubre, tenía usted un desgarre en el tendón de Aquiles, pero ahora no puedo encontrarlo”.
En aquel momento, Gutiérrez quería hablarles a todos sobre esa extraña evolución de las cosas. Pero temía demasiado llamar la atención, así que decidió comentárselo tan sólo a algunas cuantas personas cercanas a él.
En el seminario de San Juan, sus compañeros de estudios notaron que ya no cojeaba ni usaba la férula. Cuando le preguntaron al respecto, él respondía de manera sencilla, limitándose a decir que un médico le había dicho que no necesitaba la cirugía, después de todo. El hecho de que, desde un principio, él no le hubiera dado demasiada importancia a su lesión, favoreció que no se le plantearan muchas preguntas posteriormente.
“Juan es un tipo bastante discreto”, dijo el padre Tommy Green, un compañero de clase de Gutiérrez, que fue ordenado sacerdote en 2024, “así que, sencillamente pasó, de algún modo, desapercibido”.
Pocas semanas después, Gutiérrez estaba ya saliendo a correr y estaba listo para seguir adelante con sus estudios en el seminario y con su vida normal. Sólo le confió el hecho de su curación a su director espiritual y a algunos amigos cercanos. Por lo que a él respectaba, la historia había terminado.
Entonces recibió un recordatorio sobre la segunda parte de su oración de la novena.
Unos meses más tarde, Gutiérrez estaba paseando por la sala de exposiciones, en una conferencia para jóvenes, cuando se encontró con un stand en el que aparecía una silueta recortada a partir de una foto de tamaño natural de Frassati. El stand estaba desatendido. Gutiérrez tomó algunas tarjetas de oración de Frassati y observó que en la parte posterior venía una dirección de correo electrónico a la cual la gente podía enviar historias que narraran los favores que habían recibido por intercesión de Frassati.
Él recordó su promesa: “Si sucede algo inusual, se lo informaré a la persona indicada”.
Fue posponiendo esto durante algunos meses, pero finalmente se sentó a escribir su testimonio y lo envió por correo electrónico.
“Para mí, ese día llegué al final de esa historia: cumplí la promesa que le hice a Pier Giorgio de que lo informaría”, recuerda Gutiérrez.
Nunca recibió una respuesta a su correo electrónico y pensó, una vez más, que la historia había terminado ahí.
Pasaron dos años, y era ahora el otoño de 2020. Él estaba sentado en el seminario de San Juan, atendiendo a una clase impartida por Mons. Robert Sarno, un sacerdote estadounidense que se había jubilado recientemente después de casi 40 años de haber trabajado en el Dicasterio de las Causas de los Santos, en el Vaticano.
¿Y cuál era el tema del curso? La fase diocesana de las causas de canonización.
“Vaya, quizá haya aquí algo que me hará contarle a alguien mi testimonio sobre mi experiencia con Pier Giorgio”, recuerda haber pensado Gutiérrez.
Cuando la clase pasó al tema de cómo investiga la Iglesia las afirmaciones de curaciones milagrosas, la idea de acercarse a Mons. Sarno para narrarle su historia, sólo hizo que Gutiérrez se pusiera más nervioso. Podía imaginarse a ese sacerdote de Brooklyn, que hablaba sin rodeos, descartando bruscamente su relato como una “bonita historia”.
“Jesús, dame el valor para decir algo sobre esto porque, en lo personal, no quiero hacerlo”, dijo Gutiérrez en oración.
Un día, después del desayuno, Gutiérrez se armó de valor para acercarse a Monseñor Sarno y contarle su historia.
Monseñor Sarno lo miró y le preguntó: “¿Por qué esperaste tanto para contarme esta historia?”
“Porque Usted me intimida”, respondió el seminarista.
“Sí, ya me han dicho eso antes”, dijo Sarno.
Ese mismo día, a la hora de la cena, Monseñor Sarno se acercó a Gutiérrez para decirle que Roma estaba “muy interesada” en su historia.
En una entrevista con Angelus, Monseñor Sarno dijo: “Era lo último que me esperaba: que en este curso que estaba enseñando en la Arquidiócesis de Los Ángeles, pudiera haber un posible milagro para la canonización del Beato Pier Giorgio Frassati”.
Después de hablar con la Dra. Silvia Correale, la abogada nacida en Argentina que estaba a cargo de la causa de canonización de Frassati en Roma, Monseñor Sarno le sugirió a Gutiérrez que sería “prudente” que no hablara de su experiencia con nadie más.
El motivo de esto era que a Sarno se le había dado “luz verde” para iniciar una investigación canónica a nivel diocesano sobre el caso de Gutiérrez. Monseñor Sarno trabajó en las causas de canonización de figuras tan notables como la Santa Madre Teresa de Calcuta y Damián de Molokai, entre otros.
Para explicar la advertencia que le dio a Gutiérrez, Sarno le dijo a Angelus: “No hay que predisponer a los testigos de una posible investigación. “Es necesario que todos los testigos en el caso puedan ser examinados con total libertad, sin restricciones, predisposiciones, ni prejuicios, por decirlo así”.
A partir de ahí, el proceso empezó a avanzar. El arzobispo de Los Ángeles, José H. Gómez, autorizó a Monseñor Sarno para que dirigiera la investigación de la Arquidiócesis sobre la historia de Gutiérrez.
Dos sacerdotes de Los Ángeles, el Padre Joseph Fox, OP y Mons. Michael Carcerano, fueron designados para ayudar con el proceso judicial y, en el otoño de 2023, Monseñor Sarno regresó al seminario de San Juan para entrevistar a los testigos y reunir pruebas, entre las que se encontraban las notas del médico, la resonancia magnética inicial y otros documentos.
Entre los seminaristas entrevistados se encontraba el quiropráctico, Haarpaintner.
Como los médicos que examinaron a Gutiérrez en el hospital no se dieron cuenta de que se trataba de un tendón desgarrado, atestiguó Haarpaintner, los ejercicios de estiramiento que se le recomendaron podrían en realidad haber empeorado el desgarre. Esto, según su opinión, haría que, desde el punto de vista médico, fuera aún más improbable una recuperación repentina. Haarpaintner dijo que fue una lección de humildad el hecho de que también se le haya pedido que hablara por Zoom ante un panel médico del Vaticano que investigaba el posible milagro.
Dice que un cirujano que estaba en la llamada le dijo: “Te equivocaste, agravaste la lesión al poner su pie en flexión plantar”.
“¡Sí, así lo hice, lo lamento, pero así lo hice!”, recuerda haber respondido Haarpaintner.
“¿Se imaginan lo que eso implicó para mi vanidad? No fue nada agradable”, bromeó Haarpaintner, cuya ciudad natal, en Suiza, se encuentra a unas horas, en auto, de la ciudad natal de Turín, de donde procedía el beato Frassati.
“Éste es, ciertamente, el mejor caso de negligencia médica a los ojos de Dios”.
Cuando Monseñor Sarno presentó sus hallazgos ante el Dicasterio para las Causas de los Santos, se sentía seguro de haber encontrado el milagro que todos esperaban para el caso.
“Yo creo en la Divina Providencia”, dijo Sarno, “y hay demasiados accidentes en este caso”.
El 20 de noviembre, el Vaticano anunció que Frassati sería canonizado para el próximo 3 de agosto, durante la celebración del Año Jubilar de los Jóvenes de 2025, tras la canonización del beato Carlo Acutis, otro joven italiano conocido por su profundo amor a la Eucaristía y a los pobres. Cinco días después, el Papa Francisco aprobó formalmente el segundo milagro atribuido a la intercesión de Frassati.
Aun si la canonización de Acutis era ampliamente esperada para el Jubileo del próximo año, la noticia de Frassati fue “una maravillosa y feliz sorpresa” para quienes estaban familiarizados con su causa, entre ellos, Monseñor Sarno.
“El hecho de que la canonización de Pier Giorgio ocurra durante el centenario de su muerte, y de que además esto suceda durante el año santo de 2025, junto con el hecho de que Carlo Acutis será canonizado durante el fin de semana jubilar para los adolescentes, y Pier Giorgio durante el de los adultos jóvenes… hace que tampoco se pueda negar que eso sea fruto de la Divina Providencia”, dijo Monseñor Sarno.
Ahora que la extraña historia del tobillo de Gutiérrez ha sido oficialmente reconocida como un milagro y que ya no es necesario mantener en secreto lo relativo a su curación, el sacerdote de 38 años está deseoso de presentar a su santo amigo a las nuevas generaciones.
Desde que fue ordenado en 2022, el padre Gutiérrez ha ejercido como vicario en la iglesia de San Juan Bautista, en un suburbio ubicado al este de Los Ángeles. Y por otra curiosa coincidencia, la catedral en la que está enterrado Frassati lleva también el nombre de San Juan Bautista. La parroquia tiene una fuerte presencia hispana y filipina, y hay una multitud de ministerios para jóvenes y por lo menos una docena de misas cada fin de semana.
“Creo que Pier Giorgio fue un gran modelo a seguir de lo que es ser un joven católico en el mundo”, dijo Gutiérrez, es decir, “alguien que se apropia de nuestra identidad católica, alguien que se involucra en la experiencia vivida de la fe, no solamente dentro de los muros de su iglesia, sino inclusive más allá de ellos”.
Por experiencia, Gutiérrez ha descubierto que cuando se trata de una intercesión celestial, “no somos nosotros los que elegimos a los santos, sino que son ellos quienes nos eligen a nosotros”.
Entonces, ¿por qué lo eligió a él Frassati, de entre todas las demás personas? El sacerdote realmente no lo ha descubierto, ya que él, ciertamente, no comparte el acaudalado origen del italiano, como tampoco su atletismo. “Hasta el día de hoy, sigo intentado recibir el milagro de convertirme en excursionista”, bromea.
Independientemente de esto, Gutiérrez percibe, por lo menos, una conexión clara que podría explicar esta obra de la Providencia.
“Él era conocido por tener un corazón inclinado a ayudar a los necesitados y a los pobres”, dijo el sacerdote. “Y tal vez no era un asunto muy importante en ese tiempo, pero en mi momento de necesidad, él se acercó a mí y me ayudó. Y hay mucha gente que ha recibido gracias de él. Yo no soy el único”.