Tuesday, September 10, 2024

Entrevista al Profesor Livio Melina en La Verità

La entrevista con ocasión de la aparición del libro “La Verdad del Amor” (“La verità dell’amore”, original en italiano). Un contexto mejor detallado al comienzo de la entrevista original, publicada en La Verità, Sep-10-2024. Traducción de Secretum Meum Mihi.

«Si la Iglesia se olvida de Dios, la Iglesia sólo moraliza sobre el sexo»

El teólogo, coautor del libro que propone una obra inédita de Ratzinger: «Definía como monstruosa la idea de sustituir los términos padre y madre»

Por FRANCESCO BORGONOVO


Livio Melina es teólogo moralista y cofundador del Veritas Amoris Project. Fue profesor titular de teología moral de 1996 a 2019 en el Instituto Pontificio Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de Roma, del que también fue decano de 2006 a 2016. Con José Granados editó La verdad del amor. Huellas para un camino, volumen que acaba de publicar Cantagalli y que contiene un importante texto inédito de Benedicto XVI.

Profesor, todo empieza con el cierre del instituto de estudios sobre la familia y el matrimonio. ¿Por qué fue cerrado? ¿Qué perdimos con ese cierre?

«Me desagrada un poco volver ahora sobre esta dolorosa historia, que lamentablemente ha quedado enmascarada en su gravedad y alcance. Fueron dos momentos en los que se cerró el Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, creado por San Juan Pablo II el 13 de mayo de 1981. El primero fue el 8 de septiembre de 2017, cuando el Papa Francisco, apenas dos días después de la repentina muerte del cardenal Carlo Caffarra, iniciador y primer presidente de ese instituto, publicó el Motu Proprio Summa familiae cura, en el que se establece que «se trata de un fin», sustituido por el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y de la Familia. El cambio de título es casi imperceptible, pero el cambio sustancial es radical. La discontinuidad se manifiesta sobre todo con los nuevos Estatutos, aprobados el 11 de julio de 2019. En el Motu proprio de 2017, el nuevo cuerpo académico se justifica por una «transformación misionera» y por una «perspectiva pastoral, atenta a las heridas de la humanidad», mientras desaparece la referencia a la encíclica Humanae vitae de San Pablo VI, verdadera piedra angular para la que el pontífice polaco quiso crear el primer Instituto. Además, con la aplicación de los nuevos Estatutos, a partir del 22 de julio de 2019, se crea una completa discontinuidad en el cuerpo docente: dos profesores ordinarios y 15 profesores encargados de la Sección Central Romana fueron cesados, mientras que tres de las 12 secciones internacionales fueron cerradas, con cambios análogos dentro de ellas».

¿Por qué Ratzinger consideraba tan importante ese instituto?

«El Papa Benedicto XVI, como se evidencia en sus discursos con ocasión de las audiencias concedidas al instituto, en plena continuidad con su predecesor, consideraba central el papel del instituto, tanto en Roma como en sus diversas secciones internacionales, a los efectos de la misión de la Iglesia a favor del matrimonio y de la familia, en referencia a los desafíos sociales y culturales actuales, y a las urgencias pastorales. Siempre pensó que para responder al corazón de la crisis debía plantearse una adecuada antropología cristiana, esbozada en las Catequesis sobre la “Teología del Cuerpo” de Juan Pablo II, y una teología moral correspondiente a las indicaciones de la encíclica Veritatis esplendor. De lo contrario, la referencia a normas morales se convertiría en un moralismo fastidioso, susceptible entonces a compromisos y excepciones casuísticas. En su Nota de febrero de 2019, escrita sobre la crisis de abusos sexuales del clero, afirma que la verdadera causa que está en el origen de este trágico fenómeno, que ha afectado a la Iglesia católica, debe reconocerse en la disolución del concepto cristiano de la moral, de la sexualidad y de la familia, consecuencia de la «revolución sexual» de 1968. Una respuesta adecuada sólo podría partir del reconocimiento del primado de Dios Creador en el pensamiento de la antropología cristiana y de la teología del amor, reconciliando la libertad humana con la naturaleza. Por ello consideraba esencial la misión del instituto que había creado san Juan Pablo II».

Usted ha relatado que se reunió con el Papa emérito, creo, siete veces. ¿En esas ocasiones habló Usted también de los temas que luego Ratzinger sintetizó en su texto?

«Los encuentros con Benedicto XVI, desde agosto de 2019 hasta enero de 2021, fueron para mí un don único de gracia, lleno de luz teológica y de gran humanidad, el encuentro con un pastor santo, colmado de prudencia y de amor por la Iglesia y a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Más allá de las cuestiones contingentes relacionadas con la evolución de la crisis en torno al instituto, los grandes temas antropológicos y teológicos de actualidad ocuparon el interés de las conversaciones. En ocasiones, sobre todo en los últimos tiempos, el diálogo resultó un poco difícil, debido a las crecientes limitaciones expresivas del Papa (sordera y dificultad para articular el lenguaje), aunque siempre apoyado en una extraordinaria lucidez intelectual. Sucedió también que me enviaba apuntes de reflexiones, algunas de las cuales fueron publicadas después en el volumen póstumo: Qué es el cristianismo. Un testamento espiritual. Un tema recurrente era su preocupación por lo que él creía que era la mayor pobreza de la humanidad contemporánea: la ausencia de Dios en la vida diaria. Volvió a menudo al hecho de que la misión específica de la Iglesia debe ser recordar el primado de Dios, sin el cual la dignidad humana desaparece. Otro punto central para él era el de la responsabilidad de la Iglesia, que debía tener el coraje de pronunciar un no firme y claro a las propuestas de matrimonio homosexual, demostrando al mismo tiempo un amor maternal hacia todas las personas, sugiriendo caminos de amistad moralmente legítimos, para para superar la soledad, para curar las heridas, para eliminar el riesgo de la desesperación».

El de Ratzinger que usted publica es un escrito muy denso. ¿Cuál crees que es el pasaje más relevante?

«El Papa Benedicto consideraba muy urgente una confrontación valiente y lúcida con las exigencias de la modernidad, sobre el tema de la libertad y de la naturaleza, que consideraba centrales para el diálogo con las ciencias y con el humanismo ateo. En particular, quería responder a la acusación lanzada contra el cristianismo, que también se repite hoy en el mundo islámico, de proponer un ideal de vida demasiado elevado, casi inalcanzable, en nombre de un realismo mediocre, al cual en cambio habría debido adaptarse para venir al encuentro del hombre contemporáneo. Él sentía que no se podía ni se debía renunciar a la grandeza de la meta que Dios no sólo nos propone, sino que nos ha hecho accesible a través de la encarnación de su Hijo Jesús. En ese texto ahora publicado, que está lleno de luz. y de la pasión teológica personal, casi un testamento y como un paso del testigo en una carrera, un tema muy importante es el de la libertad, que ya es pensada en términos filiales, como “libertad en Cristo” Hijo que nos hace hijos, permitiéndonos redescubrir la armonía con el Creador, y por tanto con la naturaleza. Incluso nuestro cuerpo debe ser considerado en términos filiales y fraternos, además de esponsales y paternos/maternos. Entonces podremos desarrollar una verdadera antropología relacional, que permita superar ese individualismo solipsista, que destruye la dimensión social de la vida humana y condena a las personas a la soledad».

¿Cómo han inspirado en su trabajo estas indicaciones de Ratzinger?

«Dentro del volumen La verdad del amor. Huellas para un camino, junto al texto inédito del Papa Benedicto XVI, se presentan, de forma resumida y comentada, 12 tesis teológicas. Son la respuesta, madurada en la reflexión y el diálogo, entre personas, profesores, antiguos alumnos y amigos, que participaron en seminarios, encuentros, jornadas de estudio: una especie de indicaciones para un camino, que pretende honrar el don recibido del Papa Ratzinger y al mismo tiempo desarrollar el gran legado del Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia. Es una herencia que continúa inspirándonos para el futuro y que todavía sentimos extremadamente viva y actual, frente a los desafíos culturales, pastorales y sociales de nuestro presente. La primacía del Logos, fruto del encuentro entre la revelación cristiana y la civilización griega y romana, entre Jerusalén, Atenas y Roma, sigue estando en el corazón de la cultura europea, como enseñó Ratzinger. No significa clausura intelectual en un pasado de tradiciones estériles, sino una invitación al desarrollo y a la apertura al futuro, en consonancia con la primacía del amor. De hecho, el primado del Logos, como dice Benedicto XVI, es siempre también el primado del amor. En tal dirección, nuestra iniciativa, a la que hemos querido dar el nombre de “Veritas amoris project” (www.veritasamoris.org), tiene una doble dirección de desarrollo. Por un lado está la dimensión académica del diálogo y de las iniciativas con centros universitarios a nivel internacional, en Europa (España, Francia, Austria, Polonia, Eslovaquia), en Estados Unidos (Steubenville, Denver), en México, Chile, Corea. A través de congresos, seminarios, jornadas de estudio y publicaciones, continuamos nuestra labor de investigación, docencia y formación. La segunda dirección es la más pastoral y educativa, y está dirigida a familias y grupos de niños y jóvenes, con másteres de verano, y también con cursos online».

Ratzinger también toca el tema, muy debatido hoy, de la diferencia sexual. ¿Puede aclarar cuál es su pensamiento sobre el argumento?

«Benedicto XVI partía siempre en sus reflexiones de la Palabra de Dios, no de la sociología ni de otras ciencias humanas. Y al hablar del tema de la diferencia sexual se inspiró en el libro del Génesis, en la legislación del Antiguo Testamento y, sobre todo, en la carta del apóstol San Pablo a los Romanos. Creía que la diferencia sexual estaba estrechamente relacionada con la imagen de Dios en el ser humano. De hecho, habla de una vocación a la comunión inscrita en el cuerpo humano y de la misión de transmitir vida, en fecundidad generosa y responsable. La supresión de la diferencia reflejaba para él una reivindicación prometeica de la libertad de decidir sobre uno mismo y de autoproyectarse, negando la primacía de Dios Creador y su don. Una vez dijo que se trataba de “un intento inaudito y monstruoso sin precedentes de prohibir y sustituir las palabras originales y centrales que se encuentran en el corazón del lenguaje humano: padre, madre, hijo e hija, esposo y esposa, hermanos y hermanas”. Palabras fundamentales para la identidad personal de cada uno y para la constitución de la socialidad humana. Le preocupaba el silencio de la Iglesia y de las confesiones cristianas sobre este tema, intimidados por la prevalencia de la censura ideológica. Me viene a la mente que alguna vez dijo que la Iglesia tenía que recordar a los hombres, como tarea específica, el Creador y su proyecto original, y que para defender a los hombres y a las mujeres de la manipulación ideológica y social debía hablar claramente del matrimonio, de la familia y el significado creatural de la sexualidad».