Tuesday, July 9, 2024

«El Coraje que la Iglesia Necesita», por el cardenal Dominik Duka

Concreto y al punto el cardenal Dominik Duka en esta columna aparecida en Il Foglio, Jul-09-2024, págs. 01 y 02. Traducción de Secretum Meum Mihi.

El coraje que la Iglesia necesita

Desde Ucrania hasta China, para la diplomacia vaticana no es más el momento de guardar silencio ante totalitarismos. La reacción necesaria para defender la libertad fundamental amenazada, incluso en Occidente

POR DOMINIK DUKA, O.P.
CARDENAL ARZOBISPO EMERITO DE PRAGA


Luego de la reunión de representantes de la Iglesia y del gobierno chino en Roma el pasado 21 de mayo para conmemorar el centenario del primer Concilio de la Iglesia católica en China, parece oportuno repasar la historia —y con ella los resultados— de la diplomacia papal, cuyos orígenes se remontan al menos al siglo V.

Como especifica nuestro Catecismo, la Iglesia es testimonio tanto de nuestra dignidad común como de la vocación del individuo singular dentro de la comunidad de personas; al mismo tiempo, nos instruye sobre la necesidad de justicia, libertad, desarrollo, relaciones humanas y paz. Es en la compleja red de relaciones sociales internacionales que la Iglesia busca dar a conocer los requerimientos del Evangelio. Después de todo, Jesucristo no es sólo el salvador del individuo, sino también el redentor de las unidades sociales individuales y de la sociedad en su conjunto.

El Papado ha podido emplear una red de sus representantes en las Iglesias locales y los Estados, generalmente a través de obispos embajadores o legados pontificios, cuya forma se consolidó después de las guerras napoleónicas, con el Congreso de Viena (1814-1815). Incluso hoy, la diplomacia papal es de fundamental importancia en los esfuerzos por reducir la opresión, prevenir la represión y la violencia y prevenir o poner fin a los conflictos bélicos. También cuando la guerra parece inevitable, la diplomacia pontificia no teme exponerse y discernir las características de la guerra justa y la legítima defensa.

Las dictaduras totalitarias del siglo XX han evidenciado no sólo la exigencia, sino la necesidad de este ministerio eclesiástico. De hecho, un capítulo particularmente heroico de la diplomacia vaticana fue escrito por Achille Ratti y Eugenio Pacelli, quienes más tarde se convirtieron en Pontífices (respectivamente Pío XI y Pío XII), cuya experiencia diplomática y erudición dieron frutos inesperados y aseguraron a la Iglesia una misión que no sólo le produjo admiración, sino que también le permitió prosperar a escala global. Sus encíclicas posteriores no pueden imaginarse prescindiendo de su anterior servicio diplomático en las nunciaturas. La dificultad de la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial, su apoyo a la resistencia en la República Checa, Polonia y otros lugares, así como su contribución a la construcción de un mundo en paz, merecen no sólo admiración, sino también gratitud hacia estos valientes hombres de Iglesia.

Sin embargo, el final de la década del Cincuenta fue el telón de fondo de una transformación del servicio diplomático. Los principios de la lucha por la libertad y por la dignidad humana comenzaron a dejarse de lado en favor de una política de distensión promovida principalmente por la izquierda y los estados comunistas. La diplomacia vaticana favoreció una forma de realismo y diplomacia “silenciosa” (conocida como “Ostpolitik”) que trataba de manera más similar a la de los Estados nacionales, que a veces subordinan valores inherentes al estado de derecho para lograr los propios objetivos. La diplomacia vaticana pretendía concluir acuerdos bilaterales para salvaguardar la vida de las comunidades locales, sacrificando también los deseos y expectativas de las iglesias locales. En un intento de “cooperar” con los regímenes comunistas, el Vaticano intentó adoptar un método más dulce, cediendo en cuestiones de derechos humanos y libertad religiosa. Prelados como el cardenal Jószef Mindszenty se convirtieron en la conciencia de la Iglesia católica, confinados por su negativa a compromiso. Decenas de obispos fueron detenidos en prisiones comunistas en Europa, China y Vietnam. Algunos de ellos, como Ignatius Kung, pasaron décadas en prisión. Durante esos años, nos encontramos siguiendo los pasos de obispos heroicos como Theophilus Matulionis de Lituania, ejemplos que han mostrado cómo los ideales nunca deben arrodillarse frente a realidades inaceptables. Mucho antes que él, obispos como San Juan Fisher, más tarde condenado al martirio por el rey Enrique VIII, oraron por tales “fuertes y poderosos pilares”, reconociendo que incluso los apóstoles “no eran más que arcilla blanda y maleable hasta que fueron fortificados por el fuego del Espíritu Santo”.

Surgió un pilar similar. La diplomacia silenciosa fue superada hábilmente bajo el Papa Juan Pablo II, quien fortaleció las redes de información subterránea y disidente para poder alzar su voz y extender su radio de accións. Insistió en que el Evangelio de Jesucristo se hiciera público en cada ocasión. Contra las esperanzas de los comunistas polacos, llevó la verdad a un pueblo que respondió cantando “queremos a Dios”. Los ideales y principios de su misión diplomática estaban arraigados en la revelación divina —la Biblia— y en la tradición de la Iglesia. Se convirtieron en una parte visible e indispensable de su ministerio papal global. La lucha por la dignidad y por los derechos de la persona individual creada a imagen de Dios, el bien fundamental de la familia y la autonomía de la nación tuvieron en él un firme defensor.

Hoy la Iglesia enfrenta diferentes amenazas y desafíos. En Occidente en general, y en mi propio país, se verifican intentos de excluir a la Iglesia —y las verdades sobre la persona humana— relegándolas lejos de la esfera pública. En algunos países occidentales, escuelas y profesores se ven amenazados cuando se descubre que enseñan verdades fundamentales, como la diferencia entre masculino y femenino. Hombres y mujeres son “silenciados” por sus mismos conciudadanos, algunos incluso despedidos de sus puestos de trabajo, por posiciones a favor del bien del matrimonio y del valor de cada vida humana.

Más allá de Occidente, las amenazas a la libertad fundamental son aún más graves. Mientras que la Santa Sede, en nombre del realismo, parece preferir el intercambio de la tierra de Ucrania para la paz con Rusia, este acuerdo aún no alcanzado es aún mejor que un acuerdo secreto y concluido, como el aquel con el gobierno chino. Así como el silencio y la complicidad con el régimen comunista perjudicaron a mi país y facilitaron que el gobierno encarcelara a los disidentes, el silencio de la Iglesia frente a los abusos de los derechos humanos por parte de la China comunista perjudica a los católicos de China. Nina Shea, investigadora del Hudson Institute, ha documentado cómo ocho obispos católicos en China probablemente estén detenidos por tiempo indeterminado y en ausencia de proceso.

Sabemos que el gran cardenal Joseph Zen ha sido arrestado y ahora está bajo control y monitoreo por parte del Estado. Jimmy Lai, converso al catolicismo y propietario de un periódico, lleva más de tres años detenido en régimen de aislamiento en Hong Kong.

Vaclav Havel, con quien una vez compartí celda, escribió que la única manera de luchar contra un régimen totalitario es que cada uno de nosotros tenga el coraje de elegir vivir la verdad en nuestras propias vidas, sin importar las consecuencias. Hoy todavía nos encontramos frente a dictaduras e ideologías totalitarias. Una vez más, personas valientes están pagando el precio de oponerse a ello. Reforzada por estos tales testimonios modernos, conocidos o desconocidos, la diplomacia vaticana debe recuperar y alzar su voz para unirse a ellos en la defensa de la persona humana y en la defensa del Evangelio. Una vez más ha llegado el tiempo de la valentía.

Dominik Duka, O.P.

* El autor es el cardenal arzobispo emérito de Praga. Teólogo, ingresó en la orden de los frailes predicadores (dominicos) en 1969. Dirigió la diócesis de Bohemia de 2010 a 2022.